American Crime Story: Versace, plumón en Miami

A Versace le volaron la cara en la puerta de su casa. Bang. El autor del disparo fue un psicópata, un profesional de la mentira, un amante del pop gay de los 80, un loco de los monos de cuero, un apasionado de la cinta aislante. Esta es la historia del chapero más terrorífico y manipulador de los últimos años: Andy Cunanan por fin tiene lo que quería. Como decía Bowie: Faaaaame!

Suena Whip it de Devo. Andrew Cunanan gira como una peonza. No le cuesta nada convertirse en el centro de atención de la fiesta. Ha metido su cuerpecito en un mono de cuero rojo que es como baliza para maduros forrados con mujer, quizás hijos, y un armario del copón del que salir. Tiene la pluma en modo turbo boost. Sus brazos describen espasmos afeminados, estilo Víctor Sandoval. El bicho de Cunanan menea el culito como si fuera un melocotón de Calanda en estado de ingravidez. Le amas y le odias simultáneamente. Parece tocado por Dios y el diablo.  

Es la mejor escena de American Crime Story: El Asesinato de Gianni Versace (Netflix). 3 minutos de delirio kitsch en los que comprendemos muchas cosas y accedemos a uno de los mensajes fundamentales de este viaje por el lado oscuro: esto no es una serie sobre Gianni Versace, esto es una serie sobre el psicópata que le voló la cara, Andy Cunanan. Y es maravillosa… La serie, no la Andy.

Infiltrados en Miami

Después de vibrar con la reconstrucción milimétrica del caso de OJ Simpson, la franquicia American Crime Story accede a otro de los thrillers que mas alimentaron a los medios en los 90: el asesinato de Gianni Versace (insisto: el asesinato, no su vida). Como ya hizo con OJ, Ryan Murphy hinca la uña en el morbo para poner sobre la mesa asuntos con jugo, como la homofobia, la dictadura de las apariencias y la obsesión por el triunfo a toda costa en el matrix capitalista estadounidense.

Son reflexiones que flotan en el ambiente, como un caro ambientador, y aportan perspectiva y profundidad al verdadero núcleo del drama: la forja, eclosión y caída de un asesino en serie, un mentiroso compulsivo, un monstruo insondable capaz de la mayor de las atrocidades para conseguir su objetivo: ser famoso y rico. El asesinato de Gianni Versace (Edgar Ramírez, pasable) es la última parada de un tour de muerte que la serie aborda en modo cangrejo, hacia atrás, relatando todos los asesinatos de Cunanan con flashbacks agresivos e incómodos, hasta alcanzar a la línea de salida. Versace y Miami no son más que el final.

Penélope Cruz habla como si le hubieran metido calcetines usados en los carrillos; huele a colonia fuerte, tabaco rubio y tinte barato, como Raffaella Carrà

No obstante, el diseñador acumula más minutos que el resto de las víctimas de Cunanan, e incluso se establecen paralelismos entre su vida y la de su verdugo. También se nos permite acceder a los círculos internos del italiano, a ese palacete kistch por el que campa Ricky Martin disfrazado de tenista, y disfrutar de la desconcertante y maravillosa transformación de Penélope Cruz en Donatella Versace: habla como si le hubieran metido calcetines usados en los carrillos; huele a colonia fuerte, tabaco rubio y tinte barato, como Raffaella Carrà.

50 sombras de Cunanan

De todos modos, nadie se acerca al poderío del Andrew Cunanan que nos regala Darren Criss en los 9 episodios que componen la temporada: de la candidez de Glee a convertirse en chapero asesino con delirios de grandeza, el efebo favorito de la comunidad gay sexagenaria. Como espectador la relación con este personaje es tan complicada como gratificante. Hay momentos en que le arrancarías el corazón y hay momentos en que le abrazarías: Criss compone un personaje de un intelecto superior, que bascula de la ternura al horror sin apenas esfuerzo, y pide a gritos todos los premios a mejor interpretación masculina de 2018.        

A través de Cunanan, chapero de tendencias BDSM y maestro del choking, descubrimos el lado oscuro del mariconeo de los 90 en Estados Unidos; un submundo inquietante en el que se mueven padres de familia, maridos ejemplares, millonarios excéntricos, drogadictos, traficantes y prostitutos. Queda para la posteridad la escena en la que Cunanan somete a un viejo decrépito a una sesión de estrangulamiento con cinta aislante y Phil Collins cantando Easy Lover de fondo. La serie nos mete en ese cuarto oscuro de depravación kitsch, pero tiene tiempo de sobra –una hora por capítulo- para recrearse también en los estragos que hace apenas 20 años tenían que sufrir los homosexuales en muchos ámbitos, como la Marina o los medios de comunicación. Esa combinación de sordidez y crítica social marca la primera mitad de la la temporada de forma decisiva.  

Con Popper y metanfetamina en lugar de Avecrem y garbanzos, se forja uno de los asesinos en serie más fascinantes de los últimos 20 años

En este caldo, con Popper y metanfetamina en lugar de Avecrem y garbanzos, se forja uno de los asesinos en serie más fascinantes de los últimos 20 años. Un personaje quebrado por su hambre de triunfo rápido, consumido por la pulsión de aparentar una vida de lujo y éxito que nunca ha tenido. Un maestro de la mentira que quiere vampirizar el éxito de todos los hombres a los que seduce y asesina, y al final consigue lo que tanto anhela: la eternidad de la fama. Porque a pesar de las licencias dramáticas que se toma esta temporada de ACS, basada en el dudoso libro Vulgar Favors de Maureen Orth, y aunque desde Versace ya se han desmarcado del relato televisivo, pidiendo que se catalogue de ficción, no dejo de preguntarme cuán reconocido se vería el verdadero Cunanan en esta serie. Algo me dice que sería el cabronazo más feliz del mundo. Suena Whip It de Devo.