Billie Eilish, XXXTentacion y Goa: cómo el Emo ha sobrevivido la muerte del rock

¿Qué es el emo en pleno 2019La perfecta representación del teenage angst de la Generación Z: apática, oscura, auto-irónica, pagada de sí misma.

 

A veces me pregunto qué fue de los chicos de las fotos emos que solía ponerme en el messenger o el metroflog cuando me dio mi primer ataque de adolescencia. Ya sabes, ángulo picado, raya de ojos, flequillo y converse gastadas, o quizás las vans de cuadritos. Emo de emocional, if ya know, ya know. Me pregunto si ahora también llevan chandal y unas uñas como las de la Bad Gyal, o si son papás y se enfundan cada mañana un polo y unas bermudas beige como si nada hubiera pasado. Si han cambiado de peinado y sin el flequillo les ha quedado una frente rara, como los señores que se afeitan el bigote después de muchos años de llevarlo. Se dice que si fuiste emo, siempre vas a serlo, pero no solo por tu capacidad de berrear Paramore en cualquier momento del día, sino porque ese género intensito, ridículo y pasadísimo ha podido encontrar, de alguna forma, cómo transformarse y sobrevivir a la muerte del rock. Si el emo fue el hermano menor, liberal y egocéntrico del punk, también significó un primer paso hacia codificar la vulnerabilidad como algo atractivo e hizo de escenificar la tristeza una forma de rechazo al entorno. Si no se hubiese mezclado todo eso con el nacimiento de las primeras mecas del postureo (myspace, facebook y luego instagram), seguramente hubiésemos seguido por la via punkarra y quizás habríamos cambiado el mundo. Há. Pero no pudo ser, y el internet y nuestras carpetas se llenaron de dibujos, textos y nicks de msn muy pasivo-agresivos sobre lo tristes que estábamos. Así se sentó la base del fenómeno que en los 2010s se consolidaría como la sad girl aesthetic, con nuestra señora Lana Del Rey en el trono. La imagen de una chica rota, autodestructiva, inaccesible. Miles de usuarios en internet inundaban las redes con fotos llorando bonito, coronas de flores y poesía mala sobre cigarrillos. El movimiento mutó hacia sub etiquetas rarísimas que parecen nombres compuestos de esos que encuentras con tu fecha de nacimiento en una imagen de twitter, como soft grunge o pastel goth, que a su vez evocaban una imagen más cruda, haciendo aesthetics de morados en las piernas o una nariz sangrando.

Y de ahí a Billie Eilish. Si la primera Avril Lavigne (la real, no el clon) y Lana Del Rey tuvieran un hijo, seguramente saldría algo así como Eilish. No te preocupes mucho si el nombre no te suena, porque igual hace como tres días y medio que ha nacido, la muy bebé. Tiene 17 años y decenas de millones de seguidores en instagram. Acaba de sacar su segundo disco y ya es considerada la nueva estrella del electropop y el indie. Su música es la perfecta representación del teenage angst de la Generación Z: apática, oscura, auto-irónica, pagada de sí. En ella sus letras hablan de la depresión y la soledad, pero siempre con un punto de chulería casi gangstera. A diferencia de sus tíos emos (ya casi abuelos, admitámoslo), ella si se muestra vulnerable es porque quiere, quizás porque se aburre, no para rebelarse contra nada ni nadie. No quiere casito, ella nació en pleno boom de la era de la sobrexposición en las redes, donde existir en la vida cotidiana es prácticamente lo mismo que existir en las redes sociales. Una forma de más de socialización, vaya. Para una generación sin mística, poco queda en su imaginario del fetiche por la fragilidad y la delicadeza de la sad girl online. Eilish rechaza toda la hiperfeminidad de la corona de flores de Lana y la male gaze parasitando la pena de la pobre sad girl y se vuelve poderosa con un filtro casi trap. Viste con ropa ancha que directamente te niega cualquier forma de sexualización. I’m a bad boy, dice sentada sobre un cachas que hace flexiones.

Las mezclas de lo melancólico y los ambientes de hip-hop o trap, normalmente basados en una estricta expresión de poder, son cada vez menos raras de escuchar. Con Kid Cudi como precursor con su “Sad Boys Collective”, los raperos tristes o soft boys se están empezando a colar en las listas más mainstream. Quizás de los más conocidos sean Lil Peep o XXXTentacion, ambos con un final que justamente alimenta el personaje trágico. En el panorama nacional tenemos a Goa, algún tema de Yung Beef y hasta colaría algo de C. Tangana. En el sector femenino está La Favi, que con temarrales como Tu y Yo se corona como neo-sad girl del reggaetón. De hecho, se dice que el arqutipo de la Sad Girl tiene origen ni más ni menos que en la subcutlura chola de las chicanas y latinx de la California de los 90, que se popularizó en la cultura pop a través de la peli Mi Vida Loca. Ahí se retrata la imagen de la chica dura y triste que llora por el daño que le hacen

los hombres, miembros de bandas y círculos de violencia. Así muestra por primera la estética del contraste de la melancolía con símbolos de dureza, violencia y calle. Colectivos latinx posteriormente reclamaron el arquetipo como una forma de resistencia con la que hacer de lo personal político, y le reclamaron a Lana Del Rey su apropiación cultural para vídeos como Tropico, donde hace una recreación del tema. Que una identidad basada en la tristeza haya llegado a esos circulos “de la calle” no es cualquier cosa; desde siempre, la emocionalidad, la vulnerabilidad y lo personal han sido exclusivas vías de expresión de las comunidades blancas de clase media alta. Las bandas de punk-pop siempre han tenido por inspiración temas como el poco casito que se les hace en medio del divorcio de sus padres o las pocas ganas que tienen de acabar trabajando enchufados en la empresa de su tío. En el hip-hop raramente encontramos letras que no hablen de emancipación, de poder o quizás de política, precisamente por las condiciones sociales de su lugar de creación. Pero quizás es por las mismas condiciones que llevaron el emo a sobrevivir en esencia, una cultura basada en la escenificación de la identidad online, que se están impregnando los géneros más urban del espíritu dramita de los 00s. Estar online es compartir, crear y mostrar. Abrirse en internet es catártico y a la vez sirve de marketing para tu propia persona, que a cuanto más relatable sea, más likes va a recoger. Likes que necesitas para promocionar tu mixtape y tu concierto, por cierto. No hay límites, no existe lo privado en un sistema que cuando se ha aburrido del feliz, ha capitalizado la tristeza.