Del bloque a Twitter: breve historia del beef en el rap

La guerra que ha estallado entre Pusha T y Drake nos hace recordar algunas de las rencillas más sonadas del hip hop, con Jay-Z, Nas, N.W.A., Yung Beef y C. Tangana de protagonistas.

“And you talkin’ ’bout you upset

Well I wanna see what it’s like when you get angry, okay?”

(The Story of Adidon, de Pusha T)

 

Una nueva guerra ha estallado en el mundo del rap. En una trinchera, afila sus cuchillos Pusha T: ex traficante, ex miembro de Clipse y una de las personas más cercanas al círculo de Kanye West cuyo apellido no empieza por K. Al otro lado del frente, prepara sus ejércitos Drake: superestrella mundial, incesante generador de memes y triunfador reciente en otra batalla, como bien sabe su antiguo enemigo Meek Mill. Las hostilidades ya han comenzado, y no parece que vayan a cesar pronto. Va a ser un conflicto sucio, con acusaciones que harían sonrojarse a un tertuliano del corazón: el uso de ghostwriters, paternidades no reconocidas y golpes bajos con familia y conocidos. Y, sobrevolando toda esta sangría, el eterno conflicto en la historia de los beefs del rap: yo soy real y tú no.

Beef, diss, feud. Muchos nombres para una misma cosa: el enfrentamiento (en principio solo verbal, pero el cielo es el límite) entre dos raperos con ansias de demostrar que son el macho alfa más alfa, que su lengua es más rápida y su ingenio más afilado. Algo tan viejo como el rap mismo, pero que en la era de Internet se amplifica hasta niveles insospechados. Cada mención es analizada, interpretada y valorada. Cada nueva respuesta, esperada con ansia. Cada línea celebrada por un bando y relativizada por el otro. Es este nivel de exposición lo que hace que el beef ya no sea tan solo una expresión natural de competitividad, sino una herramienta de marketing. A la vez que se saldan cuentas pendientes —un desprecio, un comentario fuera de tono, tan solo una manera de marcar territorio…— se consigue una atención que no compra una campaña de banners. La evolución del beef ha seguido ese curso pero, como el diablo, también adopta distintas formas.

El comienzo de la batalla (1981 – 1991)

“Hold on, Busy Bee, I don’t mean to be bold

But put that “ba-ditty-ba” bullshit on hold” (Kool Moe Dee)

 

Desde que la figura del MC pasó de ser una comparsa al servicio del DJ, las rap battles han sido un género en sí mismo ligado al ADN del hip hop. Si el blues hablaba de la tristeza y el country de la muerte, el rap siempre se ha dirigido al conflicto. Con la sociedad, el entorno o el oponente. Hay algo desafiante en él, quizás porque es una demostración constante de habilidad. Cuanto más, mejor. Cuanto más rápido y fuerte, más grande es la victoria.

Una de las primeras ocasiones en las que esto quedó claro fue cuando Kool Moe Dee desafío a Busy Bee Starski a en 1981. El último representaba al party MC, el que animaba la fiesta y se burlaba de los chicos del público; el segundo era el exponente del futuro MC, el que llevaba un paso más allá los juegos de palabras e introducía una narrativa. La victoria de Dee por aclamación no solo supuso un triunfo personal, sino el comienzo de una nueva era.

A partir de entonces, las rap battles dejaron de ser solo un duelo de barrios en los que se forjaba una reputación local. Ahora se podía construir una carrera en base a las suficientes victorias. Roxanne Shanté lo logró brevemente al desafiar a The Real Roxanne, pero su reinado como primera estrella del rap femenino fue breve. Todavía en los 80, KRS-One y Boogie Down Productions alcanzaron la popularidad haciéndole frente a Juice Crew para reclamar la paternidad del Bronx sobre el rap frente a Queens. Hasta entonces, los beefs tenían algo de juego; podían quemar pero no matar. Se trataba de superar al contrario en un movimiento todavía nuevo, aún con un poso de inocencia. Hasta que llegaron N.W.A y, como en muchas otras cosas de la historia del hip hop, lo cambiaron todo

 

El beef como vendetta (1991 – 1997)

“Ay Yo, Dre, stick to producing” (No Vaseline, Ice Cube)

 

La batalla verbal como género primigenio tenía un componente tribal. Un barrio, una zona o una ciudad se enfrentaban a otras para demostrar su distinción o su autenticidad. Reclamar la línea dinástica más directa con el nacimiento del hip-hop era una forma de afianzarse en una escena que todavía era joven. Pero cuando Ice Cube se hartó de que Eazy E y el manager Jerry Heller se llevasen los royalties de N.W.A., el revolucionario grupo de Compton, entramos en una nueva era.

En No vaseline Cube saldaba cuentas, aireaba trapos sucios, se la devolvía a los que habían sido sus hermanos y le habían apuñalado por la espalda. El beef entraba así en la era virulenta y descarnada. Lo que antes se arreglaba en un callejón (que también se seguiría haciendo), ahora se despachaba en tres minutos de bilis volcada sobre un beat. Y el público lo recibía con una mezcla de morbo y curiosidad, una especie de combate de boxeo en el que animar a tu púgil favorito. Ya no había marcha atrás.

El beef se engorda con anabolizantes desde entonces. Gana músculo y virulencia, y sirve para agrandar rencillas de un universo cada vez más superpoblado de raperos con camisetas de tirantes y pectorales hinchados. Hasta el punto de no retorno: el enfrentamiento Biggie vs. 2Pac. Lo que se plasmaba en diss tracks como “Who Shot Ya?” y “Hit Em Up” acaba por traspasar la frontera entre la competición y la violencia. Ahora quedaba claro que un beef podía acabar en un balazo, por mucha limusina en la que te protegieses.

 

La profesionalización del beef (1997 – 2006)

“When these streets keep calling, heard it when I was asleep/ That this Gay-Z and Cock-A-Fella Records wanted beef” (Ether, de Nas)

 

La muerte de Pac y Biggie, vendida como enfrentamiento entre las costas Este y Oeste, hizo que muchos se planteasen si todo esto había llegado muy lejos. Pero el beef estaba lejos de desaparecer. Comenzaba la era del cálculo y la constancia, de las menciones sin nombre concreto, del goteo constante de ira. Nada ejemplifica mejor esta fase que la guerra de guerrillas de Jay-Z y Nas, prolongada durante una década. Con el trono de Nueva York en juego y las mixtapes en pleno auge, las piezas se despliegan en un tablero cada vez más amplio. Que la cadena de radio Hot 97 realizase una votación entre The Takeover de Jigga y Ether de Nas para decidir quién era el ganador del combate (ganó el segundo, por cierto) demuestra que el beef estaba lejos de morir.

El camino estaba trazado, y todo aspirante a estrella buscaba un contrincante al que despedazar para cimentar su reputación. El juego también se volvía más peligroso: perder un combate podía hundir una carrera. Lo sabe Ja Rule, cuyo encontronazo con 50 Cent, quizás el mayor profesional del beef, se saldó con una trayectoria descendente que nunca ha sabido remontar. También entran en juego otros actores: en 2002, la revista The Source cuestionaba la credibilidad de Eminem y su uso de la palabra “nigga”. La respuesta del rapero blanco fue un Nail in the Coffin que dejó las arcas de la publicación tiritando. El beef era cada vez un arma más poderosa.

En plena era del featuring como reclamo publicitario, las colaboraciones también se volvieron un arma de doble filo. Invitar a alguien a tu track podía desembocar en una guerra dialéctica y en amistades rotas. En 2005 Young Yeezy llamó a Gucci Mane para participar en su tema Icy, pero acabó prescindiendo de su parte. Aquella decisión llevó a un intercambio de disses y la muerte de Pookie Loc, parte de la crew de Yeezy, cuando intentó atacar a Gucci. Algo parecido, aunque sin víctimas mortales, le sucedería a Drake con Meek Mill, pero para entonces había un nuevo campo de batalla: Internet.  

 

Carnaza servida en tuits (2006 – 2018)

 

En la primera etapa del beef, el duelo se realizaba en persona, desembocando en un subgénero, las batallas, que perdura hasta nuestros días. Poco más tarde, se servía en mixtapes y algún lanzamiento “oficial”, dependiendo del nivel de agresión que se quisiese conseguir. Pero en la era de las redes sociales, la respuesta se vuelve inmediata y las interpretaciones de cada línea se hacen exhaustivas. Twitter es el vehículo perfecto para lanzar un puñetazo al aire, y quien quiera que se de por aludido. Soundcloud permite responder en apenas unas horas a aquel que ha tenido “the nerve, the audacity” de faltarte al respeto. Y en Genius se mira en el microscopio todo el rastro de sangre.   

La búsqueda de atención, esa constante de nuestros días, se traslada al terreno del rap. Una buena polémica con el rival adecuado puede dar un empujón a una carrera, lograr más plays, aumentar los seguidores. La inocencia de los orígenes se ha perdido, y entra en juego la estrategia. También fuera de EE UU, claro. El enfrentamiento entre Dizzee Rascal y Wiley se ha arrastrado durante más de una década. En España, las rencillas existían, pero nunca alcanzaron una esfera tan masiva como con la llegada de Internet. Para entonces, sus protagonistas ya eran completamente conscientes del provecho que podía reportarle un enfrentamiento.

Cuando Pablo Iglesias contestó a través de Twitter a C. Tangana en 2015, en pleno apogeo del beef más publicitado que se ha conocido por aquí, el líder de Podemos estaba haciéndole un favor a la carrera de Pucho aún sin pretenderlo. “Era lo mejor que nos podía pasar, lo que buscábamos”, confesó después. Los haters ya no son una desventaja, sino que se usan en beneficio propio. Si las tensiones antes eran muchas veces subterráneas, ahora adoptan la forma de un clip en YouTube. Si Yung Beef se desencuentra con Cecilio G, todo Internet lo sigue como un serial. Si Kaydy Cain no soporto los aires de grandeza de Tangana, le dedica un tema. Y eso genera conversación, tuits y cuentas de Instagram que lo convierten todo en memes. Es la hora de sacar provecho del odio.

Regresamos al principio. En estos momentos, en cualquier lugar del planeta hay alguien haciendo F5 para comprobar cual es la reacción de Drake al último ataque de Pusha T en The Story of Adidon. Incluso para los estándares del beef, muchos piensan que este último ha cruzado varias líneas rojas: hacerse eco del gossip de la supuesta paternidad oculta de Drake y, sobre todo, burlarse de la esclerosis múltiple del productor del canadiense, Noah “40” Shabib. Pero puede que haya otro daño colateral que al autor de God’s Plan le ataque en otro sitio: el bolsillo. Cuando todavía no se ha confirmado la alianza de Drake con Adidas, Pusha le estropea la operación anticipando el posible nombre de su línea de ropa, ligado además al nombre de su supuesto hijo secreto. Todo esto solo puede acabar mal.

Mientras tanto, el público sigue jaleando. Da igual que el combate sea real o una escenificación, que estemos ante un duelo de la UFC o de wrestling. La excitación ante el odio como espectáculo vive una época dorada gracias a la inmediatez y la cultura de la atención constante. No, el beef no va a parar ahora ni nunca, porque está incluido en el ADN del ser humano, aunque a veces sea inevitable acordarse de Mos Def cuando decía “Beef is not what Jay said to Nas / Beef is when the working folks can’t find jobs”