Sirens

Los álbumes de hoy ya no son exactamente como los álbumes de antaño. En ocasiones se parecen, y es entonces cuando se nos muestran como carpetas desplegables que contienen dos relucientes vinilos, rematadas con diseños suntuosos y lomo grueso, bellezas materiales altamente coleccionables, pero lo normal hoy en día es que un álbum se manifieste, como se dice Dios, de maneras misteriosas: en enlaces de descargas sin previo aviso, flotando en la nube o, como es el caso de Sirens, en forma de transmisión de radio -a través de Channel 333, dependiente del sello Other People-, que es la forma más etérea en que puede transmitirse la música todavía en 2016, a la espera de que haya un lanzamiento ‘oficial’ este mismo 30 de septiembre. Ya en esta razón de ser se explica buena parte del significado del título del disco y de sus intenciones como obra: como el canto de las sirenas al que se refería Homero en la Odisea, la música flota a lo lejos, seductora y solícita, para atraer a cualquier viajero -porque moverse por internet es otra forma de viajar- lo suficientemente incauto para quedar varado en la orilla de sus dominios. Y entonces es imposible huir de allí. Ya no puedes escapar de Jaar.

Sirens es importante porque es el segundo álbum de Nicolas Jaar, cinco años después de Space is only noise (Circus Company, 2011), un debut en largo que lo situó como uno de los talentos jóvenes más resplandecientes de la nueva generación electrónica. Tenía por entonces 21 años, provenía de la bohemia neoyorquina con un pie en el deep house y el otro en el soul, había hecho remezclas privadas de Nina Simone y coqueteaba con el ambient, y daba la impresión de que de su imaginación febril y depurada, que genéticamente había ampliado los talentos de su padre, el artista chileno Alfredo Jaar, estaba lista para alumbrar grandes ideas. Space is only noise causó conmoción, como casi todo el mundo recordará: coincidente en el tiempo con el boom de James Blake, ambos productores hicieron posible que sus respectivos géneros de baile primordiales -dubstep uno, house el otro- recibieran un proceso de desgastado granuloso, una reducción del tempo y una envoltura en neblina que incrementaba el efecto emocional. Nicolas Jaar partía del house pero acababa encontrando el equilibrio entre ralentizaciones downtempo, globos ambientales -tóxicos y oníricos, sabía moverse muy bien en esa ambigüedad- y alfileretazos pop que le pusieron la guinda al pastel. Había encontrado la manera de gustar a mucha gente, pareciendo integrar muchas cosas en una fórmula previsible, pero sonando claramente original.

La espera hasta Sirens ha sido larga, pero no dura. Nicolas Jaar no ha parado de trabajar, de abundar en su perfil inclasificable, e incluso ha publicado material que técnicamente cuenta como álbum, aunque no como continuación de Space is only noise: aquella recreación de la banda sonora de una película soviética, Pomegranates (2015), ponía de manifiesto que el ambient se le daba bien, mientras que los maxis de la serie Nymphs (2015) le iban reconectando con la psicodelia house. En paralelo, su sello Other People iba destapando periódicamente el talento de varios de sus amigos, productores que, como él, no se conformaban con un solo estilo y, como si fueran hadrones colisionando en las instalaciones del CERN, a veces descubrían nuevas partículas sonoras a base de mezclar techno con jazz, y ambient con música clásica. En Sirens en particular, hay un tema que deja claro que todo lo que tiene que ver con Nicolas Jaar tiene que ver, también, con lo imprevisto: la última pieza -que aquí podría llamarse también canción-, la titulada History lesson, es como si Floating Points hubiera producido un éxito de doo-wop en los años 50, aunque Nicolas Jaar intenta cantar como un negro y no como un hipster blanco con tupé, con una inflexión soul devorada, en los últimos segundos, por crujidos crecientes, que transportan lo que parece una revisión del pasado a los ambientes nocturnos, derrotados y previos al amanecer, de una ciudad que nunca duerme. Como unir -¡por fin!- a Roy Orbison con Joy Orbison.

El título History lesson lleva mucha intención detrás, y el salto de Jaar es hasta 60 años atrás en el tiempo -o 120 si nos dejamos llevar por el rastro impresionista, que haberlo haylo-, pero eso no ocurre únicamente en el último momento, sino a lo largo de todo Sirens, un disco que se desarrolla a partir de los contrastes y los choques, pero también de las asimilaciones naturales y la familiaridad con la que encuentran espacios en común músicas de raíz muy diversa. Nada más empezar, Jaar nos sitúa en un contexto ambient, que es el dominante a lo largo de Sirens: como si echara de menos los hallazgos de su otro proyecto, Darkside -que básicamente consiste en renovar lo mejor y más aprovechable de Pink Floyd-, la música comienza a flotar en el espacio, pero no es un espacio exterior -tan ingrávido como monótono-, sino un espacio urbano cambiante, de calles vacías, edificios semi-iluminados, ruidos distantes, contaminación soportable y neones tibios. Aquí todo parece existir a lo lejos, hasta que te acercas -como la sirena homérica, como la sirena de un coche de policía- y comienza el proceso, ya sea de seducción o enervante, un cortejo lento que es como el R&B que produciría William Basinski si tuviera alguna ambición comercial –Killing Time-, y en el que se van colando acordes de piano que recuerdan al jazz contemporáneo de Brad Mehldau, y a la melancolía metropolitana de Burial. Son once minutos para acceder a un mundo que resulta familiar en apariencia, pero del que no tenemos aún mapas exactos, ni un GPS que funcione.

Van sucediéndose momentos –The Governor tiene algo de twist, pero de twist como creado por alguien de Radiohead, y con un break drum’n’bass que contrasta con armonías disonantes de free-jazz, y luego viene Leaves, que es una rodaja de ambient en su más pura quietud, donde sólo inquietan los crujidos de fondo-, y todos esos momentos van dando forma a un álbum que cada vez envuelve más, que se va despojando de la sorpresa para acogernos con una nueva familiaridad. Llega No, y Nicolas Jaar se atreve a dar su versión sobre la moderna cumbia digital a partir de un comentario político sobre Chile en los últimos años de la dictadura, y luego Three Sides of Nazareth, que es fundamentalmente una canción glam, con su beat en tripletas, como T-Rex con una producción que tanto serviría para el primer disco de Suicide como para la segunda década del siglo XXI. Puede parecer que, al unir tantos estilos distanciados -glam, jazz, doo-wop, cumbia, jungle-, Nicolas Jaar nos quiera dar un potaje, más que un disco, pero su éxito es saber encontrar la coherencia en la diversidad, porque todo eso forma parte de su educación sentimental, de su personalidad, de su proyecto vital, y sabe metabolizar la diversidad en sorpresa, y lo inesperado en arte, y la combinación de ingredientes fríos en un caldo caliente y reconfortante. Comparado con Space is only noise, quizá a Sirens le falte algo más de extensión, de manifiesto definitivo, pero eso no significa en lo más mínimo que el joven productor, ya no tan niño a sus 26 años, siga estando allí donde se nos apareció en 2011 como un mesías electrónico: en lo más alto.