El trap, el trapero de la filosofía y el ser de la autenticidad

Una reseña particular sobre el libro “El Trap: Filosofía Millenial para la crisis en España”, de Ernesto Castro.

Durante el pasado mes de agosto mantuve una interesante correspondencia con Ernesto Castro, ese filósofo-meme de la cultura española que de un modo u otro siempre intenta (y casi siempre consigue) estar en el foco de atención mediático del momento. En ese intercambio de emails que duró aproximadamente dos semanas no faltaron borderías, impertinencias y alguna que otra argumentación acerca de las diferencias filosóficas que ambos mantenemos en lo relativo a su interpretación y acercamiento al fenómeno del “Trap”. Siendo sinceros, nuestra conversación estuvo bastante alejada de la amigabilidad y del falso respeto intelectual que suelen acompañar a esta especie de correspondencias filosóficas digitales. Pero no obstante, debo reconocer que tuvo un gran detalle cuando me ofreció de manera gratuita que la editorial de su libro me mandase a casa un ejemplar de “El Trap”. Puede que este detalle fuese más una limosna vacilona que un ofrecimiento altruista, sentido y de corazón, pero para una rata de la cultura como yo, poco escrupulosa y mucho menos orgullosa en este aspecto, poca importancia tenía la intencionalidad de la acción. Así que aquí estoy, dos semanas después de su publicación oficial, dispuesto a devolverle el favor en forma de reseña divulgativa. Ernesto, sé que para ti no era necesario que escribiera nada al respecto, que el simple hecho de mandarme tu libro como respuesta a mis objeciones filosóficas te elevaba lo suficiente en nuestro particular beef. Pero como ya sabes, en el fondo no soy mucho más que un paleto de Lugo, un pobre católico, feo y sentimental como el Marqués de Bradomín, y escribir esta reseña es lo menos que puedo hacer para equilibrar la balanza. 

Así pues, en las líneas que siguen trataré de diseccionar de manera breve pero contundente la esencia de este libro. Y para ello, seguiré una estructura interpretativa basada en una sugerencia que el propio autor recoge en la introducción de la obra: “entiendo que, para mucha gente, si las páginas que vienen a continuación tienen algún valor, no lo será por quien las ha escrito, sino por lo que en ellas está escrito. Yo también lo prefiero así.”. Es decir, partiendo del enfoque hermenéutico que el mismo Ernesto recomienda para realizar la lectura de su libro, en primer lugar presentaré el contenido “objetivo” de éste y algunas de las cuestiones y planteamientos fundamentales que lo atraviesan. Pero desde mi punto de vista, autor y obra siempre guardan una relación inmanente que no se puede entender de manera completamente autónoma. Yo creo firmemente que el valor del contenido de una obra, sea del tipo que sea, no cambia dependiendo de la figura que la firme. No obstante, también considero que esa figura del autore no está nunca más allá de su creación, y aunque su valor no se debe ver alterado por este hecho, las posibles interpretaciones y conclusiones que se extraigan sí que pueden y deben hacerlo. Así que partiendo de esta ambivalencia interpretativa, me dispongo sin más dilación a ofrecerle al público lector interesado mi particular visión de los hechos que Ernesto Castro articula en este libro. 

Empecemos desgranando el contenido de la obra, y empecemos a hacerlo desde fuera hacia dentro. Porque en el título de la obra ya se pueden captar algunos matices interesantes que hablan del sentido y del objetivo que persigue esta publicación. Es indudable que a estas alturas de la película un título como “El Trap: Filosofía Millennial para la crisis de España” lo que pretende es redundar y beneficiarse en buena medida de ese click-bait mediático que desde hace un lustro persigue al fantasma del Trap en este país. Personalmente me parece una auténtica pochez de título, pero entiendo perfectamente que el objetivo principal de una publicación de estas características es el de vender copias, y seguramente al utilizar términos tan sugerentes y resobados como “trap”y “millenial”, la obra ocupará una posición principal en los buscadores SEO que organizan y monetizan la inmensidad de la red. Por este motivo me resulta especialmente curioso observar cómo el autor, en una especie de ataque de discutible sinceridad, confiese que el objetivo último de este libro no es otro que el de explicarse a sí mismo el hecho de que lleve 5 años “escuchando compulsivamente ese tipo de música”. Es decir, no discuto para nada el hecho de que este libro le haya podido ayudar a autocomprenderse ontologicamente como sujeto de su tiempo. Pero sí que desconfío un poco de estos discursos que celebran aquello que está relacionado con el ámbito intelectual puro y autónomo, mientras que de manera sucinta callan acerca del rédito económico y social que les reporta (algo completamente lícito y justo a mi parecer, pero que por algún motivo el autor no se atreve a celebrar abiertamente). Y si el título es una auténtica pochez, ¿qué decir de esa portada (todos mis respetos para el creador de la imagen, David Sánchez)  pastelosa, facilona y caricaturesca? Mejor guardar silencio y centrarse en el contenido, que sin duda alguna es infinitamente más gustoso y atractivo que el envoltorio.

Porque en los 9 capítulos que componen y estructuran el grueso de esta obra, el público lector se encontrará con un gran ejercicio de comprensión y sistematización del fenómeno cultural que ha representado el “Trap” en España. La gran tesis que sostiene el autor, de manera acertada desde mi punto de vista, es que éste indeterminado género musical categorizado como Trap ha sido la banda sonora que más y mejor ha narrado el empobrecimiento y la transformación económica, política y cultural que ha experimentado el conjunto de la sociedad española en la última década. Empobrecimiento y transformación que ha sufrido especialmente la juventud, pero que se ha hecho extensivo a todos los estratos generacionales del estado, y de ahí la importancia social que ha tenido este fenómeno que ha traspasado con creces la barrera simbólica que a menudo separan a las diferentes generaciones. Es decir, lo que le interesa analizar al autor es esa “metamúsica” que se encuentra en torno al fenómeno musical del “Trap”, todas esas implicaciones económicas, sociales e impolíticas (concepto articulado por el filósofo italiano Roberto Espósito) que acompañan al aura estetizada de la “Música Urbana” española desde que la crisis económica estalló generando una onda expansiva de mierda y precariedad que ha salpicado a todes. Para abordar estas problemáticas, el autor elabora un extenso discurso, fundamentalmente de carácter sociológico, en donde analiza los momentos clave y a los artistas principales que dan vida a este género musical hibridado, y al mismo tiempo los contextualiza sutilmente dentro de las dinámicas características de la cultura contemporánea y del capitalismo post-industrial.

Quizás lo más interesante de este ensayo es su gran capacidad arqueológica, ya que buena parte de sus interpretaciones parten de una exhaustiva búsqueda de casi toda la información acumulada durante años en la red en torno a este tema. Ernesto tiene la virtud y el tiempo libre necesarios para rastrear centenares de artículos de opinión, de entrevistas, de vídeos y de comentarios en Youtube para conseguir articular un gran discurso con rigor y fundamento. Hace un recorrido minucioso (aunque a veces algo superficial) de los puntos neurálgicos principales que componen la estructura orgánica vital de ese muerto que él conceptualiza como “Trap”. Y analiza con precisión y detenimiento a las figuras artísticas más importantes y mediáticas de la escena. Especial interés pueden tener los sesudos análisis que realiza sobre Yung Beef, C.Tangana, Cecilio G. o las Trap Queens de referencia según su categorización; La Zowi y Bad Gyal. No sólo sintetiza y condensa las trayectorias y detalles biográficos de estas celebrities en su relación con las dinámicas generales que ha experimentado la escena urbana en este largo proceso de transformación durante la crisis, sino que además en varios casos analiza desde una perspectiva poética varias de sus obras principales, generando un interesante ejercicio hermenéutico en la que trata de fundamentar a partir de los textos de los artistas esa tesis principal que mantiene a lo largo de su libro; que el “Trap” es la “metamúsica” de la crisis. Con menos rigor y detenimiento traza también algunas relaciones interesantes y bastante acertadas sobre otras escenas alternativas y figuras artísticas periféricas, mucho menos mediatizadas que las anteriores, pero que resultan fundamentales para comprender la totalidad del fenómeno musical y “metamusical”. 

Pero quizás esta virtud de rastreador de la red en algunos momentos también se torna en defecto, ya que hay aspectos importantes en los que, a mi juicio, su discurso está un poco limitado para ir más allá de esas interpretaciones bibliográficas de las que parte. Su narrativa a veces cae en un exceso descriptivo que tematiza constantemente a la escena urbana, la cosifica hasta el extremo, la hiper-describe hasta la saciedad a base de nombres, fechas, memes y referencias filosóficas sacadas de la manga para poder sistematizar su discurso dentro de la tesis general que defiende. Y este exceso descriptivo que hace a la hora de analizar y catalogar a la escena urbana española en base a artículos de opinión, entrevistas y comentarios de Youtube, este exceso de sistematización conceptual que pretende hacer pasar por el aro que él quiere a lo Real de la escena, en algunos momentos lo aleja paradójicamente de una descripción seria y rigurosa del ámbito musical que pretende retratar. Está bien que el autor quiera analizar esa dimensión “metamusical” que resulta fundamental para entender la complejidad social y cultural del fenómeno, pero en ese intento, depotencia, simplifica y a veces caricaturiza el ámbito musical y artístico de la escena, y esto me parece que limita seriamente la interpretación de los hechos que pueda realizar.

En resumidas cuentas, este es un libro de obligada lectura para esas personas de mediana edad que están interesada en saber lo que es el “Trap” o la “Música Urbana”, pero no tienen mucho tiempo o no les apetece profundizar en internet y contrastar la información que durante estos años han escrito infinidad de periodistas musicales para elaborarse su propio discurso. También es obligada la lectura de este libro para aquellos jóvenes culturetas que no están demasiado metidos en la tradición musical del hip hop de la escena urbana nacional e internaciona, pero que desde que el boom del “Trap” sacudió España, se han interesado por este género que todavía no terminan de comprender del todo. Y en general, es un libro más que recomendable para todo aquel consumidor de “Trap” o “Música Urbana” que quiera armarse (o reforzar) una estructura sociológica y conceptual sobre la música que escucha en su día a día para entenderse un poco mejor como sujeto. Porque  el lector que decida comprar (o robar) este libro y enfrentarse a las 413 páginas que lo componen, se encontrará con un discurso muy riguroso, organizado y sistematizado, que sin duda alguna le ayudará a comprender mejor todo ese universo que se ha generado en torno a la marca registrada del “Trap” en España.

Pero más allá de todo ese gran análisis “metamusical” que realiza, otro de los temas cruciales que atraviesa esta obra y también la propia figura del autor es el del problema de la “realness”, esa cuestión micropolítica que tiene que ver con la autenticidad del ser. Sin duda el concepto de la “realness” representa uno de los elementos simbólicos fundamentales que dan vida a la “Música Urbana” contemporánea, y en general a toda la tradición musical del hip hop. Pero también ha sido un elemento constitutivo en el proceso de gestación de la obra de Ernesto Castro. Tanto en la introducción como en el outro de “El Trap: Filosofía Millenial para la crisis de España”, el autor intenta justificar de alguna manera el hecho de que un joven como él, que ronda la treintena, que es doctor en Filosofía, que no ha experimentado esa realidad alterada característica de las drogas que el categoriza como “duras”, que lleva prácticamente una vida de celibato sexual, y que no ha asistido a un concierto de esta música en su vida, no está deslegitimado en ningún sentido para poder reflexionar y escribir un libro sobre esa realidad que él no vive en primera persona, o al menos no de una forma tan activa. Esta justificación no es gratuita, sino que obedece a la polémica que mantiene con varios periodistas y críticos musicales que entienden (con buenas razones yo creo) el ejercicio filosófico que Ernesto realiza en torno al “Trap” como una forma de apropiación cuestionable. Curiosamente, y sin ser yo plenamente consciente de la existencia de esta polémica, en el contenido de la correspondencia que ambos mantuvimos en agosto, también le recrimino algunas cuestiones que tienen que ver con esta cuestión micropolítica de la autenticidad. Yo, como no represento a nadie más que a mí mismo y a mi propia historia cuando escribo, no quiero jugar a algo tan aburrido como es especular acerca del ser del “Trap”. Ni tampoco pretendo generar un debate infértil en torno ese asunto. No obstante, sí que tengo mi propia opinión sobre esta polémica acerca de la autenticidad del ser y el ejercicio filosófico que ha realizado Ernesto, y para finalizar esta reseña, quisiera exponer mi punto de vista sobre este asunto y su relación con la figura del autor de la obra.

Sinceramente considero que cualquiera puede tener todo el derecho del mundo a escribir o a reflexionar sobre lo que salga del pepe, y no creo que para que alguien pueda hablar y pensar sobre esta escena sea necesario follar con tres personas diferentes a la semana, tener conductas politóxicomanas contrastadas, o ser afín y reconocido dentro del famoseo de la escena. Yo creo firmemente que la única legitimación que puede existir en este aspecto es la del conocimiento de la escena y sus particularidades, el de las tablas y el background musical y cognitivo que uno ha aprendido y generado durante años en torno a este género musical hibridado y poliédrico. Y en este punto sí que considero que Ernesto flaquea en varios aspectos. Porque la inmensa mayoría del conocimiento del que él parte en sus reflexiones lo ha adquirido a partir de la lectura de las experiencias que otras personas han relatado y expresado, a través de las temáticas que otras personas han pensado y reflexionado después de años generando redes de conocimiento a partir de la música. ¿Esto es algo negativo que de por sí resta autenticidad y calidad a su trabajo? Desde luego que no, ya que la realidad es a fin de cuentas un metadiscurso construido y asumido por un conjunto de personas que siempre va más allá de lo individual, y porque como el propio autor afirma, hay muchos modos de ser que no son menos auténticos que otros solo por tener una condición diferente. No obstante, me parece evidente que una persona que no vive activamente una realidad de la que habla o sobre la que escribe (como hacer Ernesto en este caso), por mucho que lea, estudie y se nutra de las experiencias de otros, tiene una imposibilidad ontológica que le impide abordar de una manera completa ese fenómeno “metamusical” que quiere retratar. Y yo considero que en este sentido, el análisis que Ernesto realiza tiene unas carencias importantes que están presentes en su reflexión. Porque su discurso está muy bien estructurado y referenciado, sí, pero en su desarrollo, en varios momentos me da la sensación de que no sabe muy de lo que está hablando. 

Dicho de otro modo, en su ejercicio de comprensión de la escena urbana y de la “metamúsica” que representa el “Trap”, uno se da cuenta perfectamente de que Ernesto ha leído muchas cosas que describen con rigor el sonido que emiten sus campanas, y que en torno a esa experiencia de segundo orden, se ha formado una muy buena idea de lo que es el sonido de esas campanas. Pero a fin de cuentas, le falta esa información diferencial que yo considero que solo se puede aprehender en primera persona, en una experiencia encarnada. ¿Conclusión? Ernesto ha oído casi todas las campanas que anuncian la fantasmagoría del “Trap”, pero no sabe muy bien de dónde vienen estos sonidos que él ha leído de manera fragmentaria y parcial en muchos sitios. Esta falta de conocimiento de primera mano de la realidad que estudia, que no está encarnada en su ser por decirlo de algún modo, ¿le resta autenticidad o calidad a su investigación? Aquí cada uno podrá responder lo que quiera, pero de alguna forma, me parece bastante evidente que ese modo de comprensión del que él parte lo limita en una dimensión cognitiva que yo considero que es fundamental para poder hablar con rigor y profundidad de las cosas, más allá de toda esa jerga de la autenticidad con la que Ernesto mantiene un enfrentamiento ontológico que lo retrotrae hasta la mismísima filosofía eleática para justificar ciertas carencias. 

Mi gran diferencia con Ernesto Castro es, a fin de cuentas, una cuestión fundamentalmente filosófica y no tanto interpretativa (de hecho comparto buena parte de los presupuestos generales que el magníficamente articula ). En mi caso, lo que personalmente me molesta del autor no es que escriba un libro en donde se apropia de todas las crónicas que muches escritores han redactado durante años acerca de la escena urbana, resignificándolas dentro de un sistema discursivo que le permita decir lo que él quiere decir. Ni mucho menos. Lo que me molesta de verdad es el hecho de que de alguna manera Ernesto representa la máxima expresión de la funcionarización de la filosofía. Me irrita que su práctica filosófíca sobre la escena urbana parta exclusivamente del presupuesto ontológico de que, por ser filósofo de profesión, tiene el deber y el derecho para filosofar públicamente sobre cualquier cosa y articular un discurso mediático que ponga a su personaje en primera plana , aunque su vida y su existencia no le vayan en ello. Ernesto Castro es una máquina de la filosofía contemporánea que sistematiza, ordena y categoriza todo lo que acontece enfrente de las pantallas de sus dispositivos digitales y analógicos. Da igual que sea el “Trap”, el giro afectivo, el gaming, el mundo del fitness o cualquier otra cosa en la que él no participa activamente pero que está de actualidad y le interesa. Porque lo importante para él y para su ejercicio filosófico es “pensar contra todos” desde la distancia que le ofrece la celda de su particular cueva, y demostrarse a sí mismo y al resto del mundo mediatizado que “sin ser él nada de eso” puede saber tanto o más que cualquier otra persona que viva esa realidad (en este sentido, me da la sensación de que cuando Ernesto se define como el trapero de la filosofía lo que quiere decir es que, realmente, él es mucho más trapero que cualquiera de esas personas que le acusan de inautenticidad cuando habla del “Trap”). Su discurso parte de ese presupuesto hegeliano que supuestamente afirma que “el búho de Minerva solo levanta su vuelo al romper el crepúsculo”. Y de manera consecuente, su práctica filosófica se basa en un intento constante de matar y rematar a base de síntesis y resignificaciones acertadas (pero a menudo superficiales) el ser de las cosa que analiza: en este caso el “Trap”. Personalmente no me cabe ninguna duda de que el ser para la muerte es la única autenticidad asegurada que tenemos hoy en día, y en eso es imposible rebatir a Hegel, Heidegger, Ernesto Castro o cualquier filósofe que haya percibido con atino este sendero. Pero Ernesto, parece que en esta travesía inevitable hacia la muerte que todos transitamos, se te ha olvidado que es la vida, y lo más cerca que puedes estar de ella es intentando matarla constantemente. Es un pena que tu fuente de gozo y de energía filosófica nazca principalmente de ahí, pero como solía decirme un profesor de filosofía antigua al cual siempre he admirado por motivos extraacadémicos, “cada uno se ata la soga al cuello como mejor le place”. Solo espero que en tu proceso de inspiración en la figura de Foster Wallace utilices una soga menos definitiva. Mi más sincera enhorabuena por el libro y por el gran trabajo de investigación que has realizado, y nos vemos en Granada.