El arte de cambiar, o por qué St. Vincent es la artista global del siglo XXI

Hay muchas formas de ser tejana, no solo por nacimiento. La de Annie Clark, responsable principal de la banda de rock St. Vincent, nacida en Tulsa (Oklahoma) hace 35 años, es el arte de la mutación, del cambio, del saber y el querer adaptarse a lo nuevo. El principio de la resiliencia. En una era en la que lo estático muere pronto, en la que el ritmo de evolución se ha acelerado, una artista como ella representa una referencia en todos los sentidos. No solo por la constante evolución de su música, sino también por la construcción y el manejo de su propia imagen.

A los siete años de edad, debido al divorcio de sus progenitores, Clark se mudó con su madre y dos hermanas mayores a Dallas (Tejas), donde vivió hasta que, una vez graduada, se marchó al Berklee College of Music de Boston. No duró mucho allí: a los tres años dejó la universidad –bajo la filosofía de “aprender todo lo que puedas y luego olvidarlo con el fin de realmente empezar a hacer música”– y poco después dio rienda suelta a una carrera musical que había tratado de compaginar con sus estudios pero que, realmente, había empezado a los 12 años al aprender a tocar la guitarra.

Profusión de ideas

Si algo ha caracterizado a St. Vincent a lo largo de toda su trayectoria, que dura ya 14 años y se ha materializado en cinco discos –además del que hizo con David Byrne–, el último de ellos, MASSEDUCTION, publicado el pasado viernes, ha sido su capacidad de transformación. Tanto a nivel estético como estilístico, Annie Clark se ha reinventado todas las veces que ha hecho falta para refrescar y actualizar su obra, tantas como publicaciones ha hecho. Y, a estas alturas, ha transitado por tantos extremos que ya prácticamente domina todo el tapete. Desde la delicadísima pieza a piano titulada We Put A Pearl In The Ground, de Merry Me (2007), su primer disco, a la contundencia abrasiva de Birth In Reverse, de su ahora penúltimo trabajo homónimo.

Aquel álbum de debut, publicado hace justo diez años, nos descubrió a una artista llena de ideas heterogéneas y, sobre todo, muy capaz de darles salida gracias a una asombrosa facilidad instrumental (voces, guitarras, bajo, piano, órgano, Moog, sintetizadores, melódica, xilófono, vibráfono, dulcémele, tambor de programación, triángulo y percusión, según los créditos). La apuesta puede atribuírsele a Sufjan Stevens, quien, tras escucharlo, animó a Clark a publicarlo y le invitó a telonearle y a formar parte de su banda en su siguiente gira. Así, en su paso por Londres, entró en contacto con la gente de Beggars Banquet y todo empezó a rodar.

Pero, ¿qué queda ahora de esa St. Vincent tan espontánea, rara y excéntrica? Lo espinoso y arrogante de Your Lips Are Red, como mucho.

Ante todo, actriz

Su confirmación como artista propia, más allá de su relación con Sufjan Stevens y, anteriormente, con el colectivo The Polyphonic Spree, llegaría con Actor (2009) y Strange Mercy (2011), publicados ambos con el sello 4AD y bajo la producción de John Congleton. Dos trabajo más precisos estilísticamente hablando, pese a su creciente y cada vez mejor administrada bipolaridad, que destacaron por su elevada elaboración conceptual.

En Actor se mete en el papel de una serie de mujeres que se sienten ahogadas e inquietas en sus seguras y ordenadas vidas, envolviendo sus letras en morfologías que van de un extremo a otro, desde el más celestial al más áspero (y casi siempre dentro de un mismo tema). Presenta así, por una parte, una imagen buenista, una fachada conformista y feliz expresada en sus voces siempre positivas y en su imagen pulcra, que en realidad esconde, por otra, ansiedades y asperezas que se manifiestan en radicales volantazos, texturas ariscas, guitarras incisivas y versos certeros.

Profundizando en esa dualidad, la St. Vincent de Strange Mercy se mete aún más en el papel que quiere interpretar, en la realidad que quiere analizar: en este caso, y según ha declarado recientemente, “en el arquetipo de ama de casa medicada”. Un contenido lírico más oscuro y perturbador, que contrasta fuertemente con unas formas musicales aún más arriesgadas, joviales y puntiagudas en su mayor parte. Surgeon es, seguramente, el mejor ejemplo de esto último.

Dueña y señora de su imagen

El arquetipo elegido para su siguiente publicación, el homónimo St. Vincent, fue el de “una líder de una secta futurista”, aunque lo más destacado del álbum, y el motivo principal de la recepción unánimemente positiva que recibió, es que en él culmina la definición del sonido propio de Clark. Siendo el más accesible y el más pop de cuantos ha editado hasta la fecha, St. Vincent establece un canon por el cual la norteamericana es perfectamente reconocible: solo suena a ella misma.

Pero, al mismo tiempo que ese proceso de definición llegaba a la cumbre, St. Vincent encarnó una imagen rupturista tanto en el diseño artístico como en la estética del directo, presentándose como una especie de semidiosa futurista de pelo blanco, movimientos robóticos, y sobre un pódium desde el que repartía su poder. La mayor parte de los arreglos, texturas de guitarra y ritmos del disco se pueden explicar por dicha presentación o envoltura estética, convirtiendo este álbum en uno de los actos de mayor extroversión en la carrera de Clark, llevando el arte de la interpretación a cotas extraordinarias para lo que es la industria musical en su ámbito.

En esta misma línea, y una vez consolidada como estrella mundial gracias al Grammy al mejor álbum de música alternativa que obtuvo por su trabajo homónimo, St. Vincent sigue dándole vueltas en su nuevo disco al que es, sin duda alguna, uno de los temas más trascendentales de nuestra era: la imagen. Más allá del apartado lírico –que toca temas como el sexo, las drogas, el amor o la fama– MASSEDUCTION nos presenta a una St. Vincent más en el escaparate que nunca, más muñeca que nunca. Su nueva estética incide en el perfeccionismo, la eterna juventud y la sexualización de la imagen pública vendible, profundizando en la autoesclavitud a la que nos estamos subyugando como sociedad hiperconectada, constantemente vigilada y juzgada por sí misma. Automatización y estandarización, como eje del mal de nuestros días.

Una voz (artística) firme

Durante los últimos tres años se puede haber confundido la fama de St. Vincent como artista, motivada por su éxito comercial, de público y crítica y por los premios que ha recibido, con la que se ganó por ser novia de Cara Delevigne. Sin embargo, lejos de haberse erigido como portavoz, por ejemplo, de su propia homosexualidad o del feminismo, aprovechando su éxito y validez musical como trampolín, Annie Clark se ha mantenido apartada de la prensa amarilla y ha hecho valer su mensaje y sus opiniones siempre a través de una expresión artística. Su voz, en ese sentido, no se ha dejado intoxicar nunca y sigue intacta dentro de su potencia y alcance.

St. Vincent no ha dado un solo paso en falso en toda su trayectoria y, de un tiempo a esta parte, está empezando a dar zancadas. Habrá que esperar a su próximo viraje, a la nueva ruptura, pero muy probablemente Annie Clark volverá a marcar la dirección por la que se escapa la realidad mutante de nuestro mundo. Por eso es la artista global del siglo XXI, la referencia ante el cambio constante.