El nuevo “It” funciona a medio gas. Te explicamos los porqués

La novela original de Stephen King es –casi- inadaptable

Sí, adaptar el Ulises del terror de los ochenta es casi imposible. Mil quinientas páginas con una cantidad de subtextos y tramas inabarcables: la descripción de un vórtice del mal a lo Lovecraft (la ciudad imaginaria de Derry) con un detalle que hiela la sangre; la pérdida de la inocencia y el paso a la madurez de unos niños que en su edad adulta lucharán también contra esas fuerzas malignas representadas por un payaso diabólico llamado Pennywise; un ensayo sobre los miedos atávicos y como esos miedos pueden acabar con nosotros; un relato de terror clásico y gótico bigger than life dividido en varios planos temporales que llegan a alternarse; o su radiografía enferma y negrísima de los Estados Unidos de la era Reagan.

El It de Stephen King funciona a tantos niveles y toca tantos temas tabú (violencia de género, sexo entre menores, maltrato infantil, homofobia) que se convierte en la peor pesadilla de un adaptador. La nueva versión, dirigida por Andy Muschietti y dividida en dos capítulos/películas –ahora nos llega el primero-, es más cruda y oscura (sobre todo en su representación malsana del mundo adulto) que la interesante y más que reivindicable versión televisiva de 1990 protagonizada por Tim Curry, algo digno de aplauso. Pero en su afán de llegar a un público mainstream, se queda a mitad de camino. El It de Muschietti se atreve a romper algunos de esos tabús pero siempre de forma superficial, y tampoco logra profundizar en los subtextos y las tramas citadas anteriormente. Eso hace que mucho de su metraje transite por un peligroso terreno de nadie.

 

Terror de gran formato algo prefabricado

El talón de Aquiles más claro de esta nueva versión. Por un lado es un lujo que Warner se haya gastado cuarenta y cinco millones de dólares en una película de terror. Ese dinero se nota en la pantalla: la recreación de los Estados Unidos de 1989 es perfecta, y los efectos especiales de maquillaje de Alec Gillis y Tom Woodruff son espléndidos. ¿Cuál es el problema pues? Una generosa suma de ese presupuesto se ha dedicado a prefabricar los sustos. El nuevo It apuesta más por los sobresaltos de diseño a base de sonido atronador y postproducción digital, que por las atmósferas inquietantes y sugerentes que se podrían haber creado jugando con las sombras, el tono de la historia, y el formato panorámico.

Es de justicia reconocer que algunos de esos jump scares (término yanqui para eso de asustar subiendo el volumen) funcionan (la secuencia inicial con la primera aparición de Pennywise, la set-piece del garaje, o el mini tren de la bruja loquísimo en la casa de Neibolt Street) pero la mayoría de las veces son tan artificiales, forzados e histriónicos, que más que inquietar le ponen a uno de mala uva. En el fondo, esas ganas de epatar usando esteroides anabolizantes revela una ausencia de tablas, por parte de Muschietti, en el storytelling clásico de terror, y una falta de confianza total en el material original.

 

Buenos personajes pero escasa emoción

El primer capítulo del nuevo It se circunscribe solamente a la infancia de los protagonistas. Sin mezclar planos temporales o incluir digresiones al pasado maldito de Derry como pasa en la novela original. Aquí la acción se acota a seis chavales marginados, El club de los perdedores, que tienen que luchar contra una fuerza maligna que se alimenta de los miedos y las vidas de los niños. El casting de esos adolescentes de trece años que en realidad aparentan tener menos es acertado. Pero presenta un problema: a pesar de generar empatía en el espectador, nunca consiguen elevar el pathos de la historia. Son personajes tan estereotipados y previsibles en sus chascarrillos, que parecen estar vacíos por dentro. Por separado aún funcionan, pero en grupo su falta de carisma es alarmante.

Una de las cosas que hace grande el It de Stephen King es que, a pesar de su crudeza y oscuridad, es un libro con el que acabas llorando. Es capaz de mezclar terror con sensibilidad. Pasas miedo, ríes y lloras a la vez que los protagonistas. Y King logra eso de una forma natural. Es más, es uno de sus grandes logros como escritor: novelas de terror con personajes con una entidad dramática poderosísima. Está claro que ese crescendo emotivo es más fácil plasmarlo en mil quinientas páginas que en las dos horas y cuarto que dura película, pero eso no es excusa para la asepsia emocional de esta nueva versión.