Eufònic, cuando el festival es una aventura

Uno llega del Eufònic con la sensación de haber cruzado manglares, tripulado un barco en alta mar, visto animales salvajes y comido exóticas delicias. ¡Y no exagero! El festival de artes sonoras y visuales de les Terres de l’Ebre, que ha celebrado su sexta edición del 31 de agosto al 3 de septiembre, se impone como la aventura perfecta para terminar el verano. Aventura del latín adventura, “lo que va a venir”. Porque uno se va hasta Sant Carles de la Ràpita, sede del festival, sin saber muy bien lo que sucederá.

Bueno, algunas cosas si se saben. Se sabe que para ir de un escenario al otro –Mercat Vell, Església Nova y Pavelló Firal- se tiene que hacer una suave y agradable paseada por las calles del pueblo, se sabe que el sábado al mediodía hay que ir al vermut en Ullals de Baltasar, un espacio natural con charcos de agua dulce subterránea que salen a la superficie, y que el domingo la clausura es en un chiringuito ubicado, literalmente, en medio del mar. También se sabes que probablemente se comerá el mejor “arròs de pato, cargols i anguila” (arroz de pato, caracoles y anguila), aunque este punto corre a cargo del consumidor. También se sabe que a lo largo de cuatro días se verán actuaciones audiovisuales de géneros diversos, instalaciones artísticas repartidas por pueblos vecinos como Ulldecona, Amposta o Vinaròs, conciertos, conferencias  e incluso actividades para niños.

Con todo esto, pareo y biquini –un bañito en el Trabucador, playa salvaje de arena blanca con agua a lado y lado, no me lo quita nadie-, me fui un año más al Eufònic. Después de tal preámbulo, queda claro que el paisaje del Delta del Ebre es el elemento vertebrador y diferencial del festival. El Eufònic es lo que es, en gran parte, por el contexto. Pero alejémonos del continente y centrémonos en el contenido: música i experimentación sin miedo ni prejuicios.

Los Voluble, investigadores audiovisuales, junto a Bulos.net, formado por el guitarrista flamenco Raúl Cantizano y el artista Santiago Barber, hicieron una espectacular performance que, pese a ser algo corta por fuerza mayor –se fue la luz- dejó a la treintena de espectadores con la boca abierta. Brutal la fusión entre poesía visual y oral, ruidismo electrónico e imágenes que ponían de manifestó la lucha de los agricultores de arroz del Delta con los flamencos. Y todo acompañado de la música de la guitarra flamenca… otro paralelismo poético. Si el corte de luz forzó el final del espectáculo, animo a la organización del festival que se plantee volverlos a fichar para el Eufònic Urbà los días 8, 9 y 10 de febrero en Barcelona. ¡Yo me quedé con ganas de más!

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Por su parte, Somadamantina, considerada pionera del trap y artista que no se prodiga mucho por los escenarios, ofreció un concierto hipnótico. El leve movimiento de su cuerpo, solo roto cuando se giraba para cambiar la pista de su portátil, una luz tenue de sala y una voz sin altos ni bajos confirmaba esa “atracción oscura e inquietante” que escribía Alicia Álvarez hace unos días en el preámbulo de la entrevista que realizó a Somadamantina para Beatburguer.

Ya en horario nocturno, en el Pavelló Firal, nuevo escenario de este año con un imponente escenario, enorme pantalla y elegantes cortinajes negros…

Tras diez años de silencio, el regreso de Darrell Fitton, aka Bola, en la que significó su primera actuación en España, me dejó, literalmente, maravillada. El artista británico presentó su nuevo trabajo, D.E.G, editado el pasado mes de mayo. Un directo milimétrico con ritmos de corte limpio y sincopados que invitaban al balanceo, electrónica fina y elegante que encajaba a la perfección con los visuales de la artista portuguesa Laetitia Morais, angulosos y punzantes en una primera capa y humanizados en una segunda, con el patrón recurrente de una paloma, entre otras figuras.

Undo presentó su tercer álbum, Disconnect, publicado a finales del año pasado. Lo de su directo fue un largo viaje de gustera, su sonido electrónico con pinceladas pop, quizá lo digo por el componente vocal de alguno de los temas, me aposentó en una zona de confort de la que no quería salir. Y si a esto le sumas los visuales del artista Xavi Bové, gravados por él mismo este verano en Vietnam, el resultado era un auténtico viaje hipnótico para amantes de la electrónica.

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Lo de Farai, que también actuaba por primera vez en España, fue muy curioso. La sala se dividió en 2: los que creían que había hecho una auténtica obra de arte encima del escenario, y los que creíamos que su directo rozaba la falta de respeto al espectador. Así de radicales. A mi parecer, la artista se concentró en aporrear el micrófono mientras repetía una y otra vez “thank you” encima de bases semi bailables –que amortiguaban un poco el chaparrón-. Luego, en la pista, compartimos bailes y conecté con su lado más humano. Igual soy yo que me hago mayor y las estridencias y excentricidades a ratos me superan.

Indian Wells dio una auténtica lección de electrónica de baile. El Italiano nos puso a bailar su techno brillante acompañado de los visuales de Florence To, tramas monocromas creadas a partir de una imagen fija a la que le aplica filtros que modula a tiempo real.

 

Sábado vermut, domingo paella

El Eufònic tiene dos momentos en los que está muy bien estar. Más que nada que normalmente se convierten en súper hypes y es mejor vivirlo que no que te lo cuenten (consejo de abuela). El primero es el vermut que se celebra en la reserva natural llamada Ullals de Baltasar (a 5 km de Sant Carles). En uno de los charcos rodeado de eucaliptus actuaron Les Sueques. Pop potente y letras con sentido del humor ideal para la hora del Martini. Llegado este punto, me atrevo a escribir que el warmup de la banda lo hice yo, Tere Tropical, pinchando electrocumbia. En referencia a si lo hice bien o mal, que juzguen los demás.

La clausura del Eufònic también se tiene que vivir. El evento consiste en ir en golondrina hasta Lo Xiringuito de la Costa, un restaurante aposentado sobre columnas de madera en medio del mar. Allí te pones fino de mejillones (cultivados unos pocos metros más allá) y luego paella. En esta edición, Santa Marta fue la dj encargada de abrir la jornada y Ladilla Rusa, dúo gamberro de electropop conocido por su hit Macaulay Culkin, tema que por votación popular cantaros dos veces, calentaros los ánimos de los espectadores. La mitad terminamos en el agua (al ser un delta, solo te cubre hasta las rodillas) bailando a lo loco y desenado que no se acabe el día, ergo, que no se acabe el festival. Un cierre por todo lo alto es… saber de marketing. Y uno se va deseando que llegue el Eufònic siguiente.