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Madrid Winter Festival

Quienes llegamos con retraso al Madrid Winter Festival, celebrado en la Ciudad del Rock de Arganda del Rey, pasamos el camino de ida maldiciendo al mundo por estar perdiéndonos nombres-diamante como Exium o Marcel Dettmann. En su entrevista para el programa de televisión Mapa Sonoro, Héctor Sandoval y Valentín Corujo (o lo que es lo mismo, Exium, encargados de abrir el line up junto con Reeko y quienes alargaron una hora más su set debido a la pérdida de vuelo de Ben Klock) decían: “la realidad es que nosotros siempre nos fijamos mucho en el público porque fuimos público durante muchos años. Y un público muy apasionado”. Y al público apasionado hay que cuidarlo bien, porque si no se puede liar perfectamente a silbidos o a quejas en medio de la pista, aunque tu nombre sea Richie Hawtin. El que fuera cabeza de cartel hizo un set donde parecía que sí, pero luego resultaba que no. Sus primeros minutos, más techneros, hacían pensar que el canadiense quería adaptarse al lugar y quizá a la zona más oscura del line up de la noche. Pero no pudo. Su parte más minimalista y experimental no daba la talla (una vez más) y la vena techno no llegaba a serlo. Así que el resultado fue un set de altibajos que no conseguían hacer bailar al público, que hablaba (y se escuchaba hablar a sí mismo) y se movía inquieto de un lado para otro consiguiendo que por fin en la pista de esa única carpa se pudiera respirar un poco.

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Antes de Hawtin, y con el público ensimismado en sus movimientos, pudimos ver a un pletórico Óscar Mulero, cuya legión de fans que aglutina en la meseta puede rozar el peligro por momentos. En sus visuales, además de un busto masculino girando, podían verse cadenas que parecían de acero. El mismo material del que normalmente está hecho su 4×4 y para el que se hubiera agradecido un sonido más rotundo en la carpa. En su set old school (dando en el clavo con lo que el público quería y con una buena gama de tintes de ese “nuevo” Mulero) había momentos que podían recordar a su sesión en el pasado Dekmantel, sobre todo el final, cuando hacía sonar el mismo y cautivador tema con el que se despedía en aquella Boiler Room del festival de Amsterdam: “Day After”, de Shed. Dejándonos así con una ráfaga de luz un tanto bucólica y emotiva, que alargaba el aplauso al que sigue siendo una de nuestras grandes joyas techno.

Después de Mulero y de Hawtin (y con el mal sabor de boca que dejó este último) todo apuntaba a que Tale of Us lo tendrían fácil para resucitar a la pista. Y así fue. Matteo y Karm traían justo lo que necesitaba la pista en ese momento: tech-house de mucho componente melódico y siempre con la tilde en los ritmos bailables. Y mientras la sesión iba avanzando, la pista volvía a llenarse de manera exagerada, en buena medida por el toque buenrrollero que hacía que a muchos se les olvidaran las largas colas o la falta de botellas de agua en las barras (algo sobre lo que la organización ya se ha pronunciado pidiendo disculpas por los errores ocurridos a lo largo del festival y avanzando que ya están pensando “en la manera de compensar” por ello).

Varias horas más tarde (con las sesiones de Marco Carola y Paco Osuna de por medio), Joris Voorn repetía la jugada de Tale of Us levantando el ánimo del público y aparcando la monotonía anterior. Durante su hora y media de sesión, el holandés mezclaba estructuras techneras con voces house y melodías perfectamente reconocibles como las trompetas de “Calabria” o su ya mítica “Ringo” (idónea para el momento en que empieza a entrar la luz del día).

Sin duda alguna y probablemente por consenso general, con el final llegaba lo mejor de la noche: Blawan. Con un set redondo, perfecto, construido milimétricamente para logar el éxtasis del público paso a paso. Con una entrada envolvente, suave, el inglés nos cogía de la mano y elevaba el nivel de la noche y la palabra “Techno” a infinito. Hasta se agradecía que la pista se fuera vaciando por el tema de la logística del transporte. Muchos de los que estuvimos hasta las exactísimas 9.00 h. en que puso fin a su set, pasamos una hora de viaje mental donde las piernas, que a esas horas ya no podían ni en bromas, se iban solas. Como diría Exium en aquella entrevista con la que abríamos esta crónica (y aplicado a berenjenales de este tipo) “si no haces que la gente baile, tienes que quedarte en tu casa”.