Soul Train: Don Cornelius, ébano y baile

Tengo un primo (ey, Ricardo) que de pequeño quería ser negro. También tenía ese –nunca mejor dicho- oscuro deseo un compi de clase, MC de tres al cuarto y breakdancer de tercera regional allá por los años 90. Durante mi infancia y primera juventud no lograba entender ese intenso deseo de ser de otro color de piel. No por racismo ni nada de eso, no me malinterpreten (o sí). Simplemente hay cosas que no lograba entender a cierta edad. Pero, ay amigos, fue descubrir el hip hop, el skateboarding, y todo la sarta de cultura urbana (y pelín criminal) yanqui que deglutí durante mi adolescencia, y comenzar a entender el  intenso deseo de cambio de piel a la inversa de Michael Jackson que tenían mi primo y MC Rúben (sí, con acento en la “u”). Una cultura, la de la negritud, que ya sea en terrenos como el musical o el audiovisual, siempre ha sido vampirizada, empaquetada y servida con edulcorantes a la gran masa blanca. La que tiene poder adquisitivo y posiciones normalmente más elevadas que el hombre morenito en la cadena trófica humana.

Eso mismo pensaba Donald Cortez “Don” Cornelius. Nacido en Chicago, ex militar (estuvo destinado en Korea), ex policía y ex vendedor de neumáticos, seguros y coches, en 1966 vio que su futuro, y el de muchos, estaba en la televisión. Tras cursar estudios de audiovisuales –siendo ya padre y teniendo prácticamente el mismo dinero su cuenta bancaria que yo. Es decir, ni un puto chavo- Don Cornelius fue fichado por una pequeña cadena local de Chicago (WCIU-TV) para presentar su programa “A black view on the news”. Efectivamente, Cornelius vio rápido el filón. En su país había muchos negros pero bien poca presencia tenían en los medios. Normal, hacía menos de un suspiro que habían salido de la esclavitud y todavía no habían sido adoptados como monos de feria que se dedican a hacer slam dunks, rapear llenos de joyas o correr los 100 metros lisos en menos tiempo que el que José Fernando Ortega Mohedano necesita para hacerle el puente a un buga. Pero a Cornelius, además de informar sobre la comunidad negra y sus no demasiado fáciles circunstancias allá por los años 60 en the land of the free, lo que le gustaba, le ponía y le hacía mover el booty era la música soul. Ahora, cincuenta años después, puede parecer inverosímil que artistas negros de la época que ahora son considerados míticos e irrepetibles no tuvieran su espacio dentro las programaciones de las radios y teles norteamericanas. Pero así era. Y Don Cornelius quería cambiar eso. Cuanto antes mejor. Y se lanzó en barrena hacia la creación de lo que sería su más laureada criatura, el programa musical “Soul Train”.

Su primerísima emisión tuvo lugar el 17 de agosto de 1970 con las actuaciones estelares de Jerry Butler, The Chi-Lites (banda de Chicago que se convirtió en habitual del show) y The Emotions. Como era de esperar, y gracias al buen hacer afrocool y a la melosa voz de Cornelius y su sidekick (y bailarín) Clinton Ghent, el éxito fue inmediato. Nada extraño, poder disfrutar del soul funk más emergente y ardiente del momento en la televisión de tu hogar, sumado a un público de lo más molón, contoneándose y bailando con más estilo y clase que nadie de los que hubieran aparecido anteriormente en la pequeña pantalla, era una fórmula destinada irremediablemente al éxito. El inmediato impacto de los primeros programas hizo que su emisión pasara de ser únicamente en el área de Chicago a emitirse por varias grandes ciudades norteamericanas. A medida que los bailes, la música y las vestimentas –uno de los puntos fuertes del programa, los en ocasiones inenarrables modelitos del bailongo público asistente- de “Soul Train” se introducían en el imaginario colectivo de una generación, ciudades como Atlanta, Los Angeles, Detroit, Cleveland, Philadelphia o San Francisco, comenzaban a caer bajo el influjo, groovy y vacilón, del espectáculo dirigido por Don Cornelius. A finales del año 1971, el programa se emitía ya en diecisiete canales diferentes de todo el país. La invasión del soul acababa de empezar.

Cada tarde y durante 45 minutos, millones de espectadores de todas las razas (aunque en sus inicios sus espectadores eran básicamente de raza negra) se reunían delante del televisor para ver “Soul Train”, programa que en los años 70 tuvo una capital importancia a la hora de determinar lo hip, lo guay y lo cool dentro de la música negra de la época. La lista de invitados durante esa década es de las que tira de espaldas: Sly & The Family Stone, Chaka Khan, The Whispers (grupo que actuó ininterrumpidamente cada año en el programa desde 1972 a 1983), Cheryl Lynn, King Curtis (saxofonista cuyo “Hot Potato” fue el tema principal del show del año 71 al 72), Marvin Gaye, Curtis Mayfield, los Jackson 5, James Brown…es decir, el “quién es quién” de la black music de los años 70. Con ese elenco de artistas, a ver quién era el guapo que no se quedaba pegado a la pantalla del televisor. O en su defecto, imitando los elásticos y bombásticos bailoteos con los que el público invitado dejaba alucinado a los espectadores. Mecagoen, casi cuarenta años después y esas danzas siguen dejando ojiplático.

Durante los años 80 y 90 (y hasta el año 93, momento en el que Don Cornelius cedió el testigo) el programa continuó siendo uno de los shows más celebrados de la televisión norteamericana, pero la época que quedará para siempre grabada en la retina de los amantes de la música negra y del mover el esqueleto es la que tuvo lugar en la década de los 70. Con el traslado del programa a Los Angeles se perdió un poco de la autenticidad que destilaba al ser emitido desde Chicago (o esa impresión tengo, el rollito California dreaming ya sabéis cómo es…) y con la manía de Cornelius de apenas programar nuevas música como el hip hop –estilo que consideraba que era un muy mal ejemplo para la juventud negra, y algo de razón no le faltaba-, el bombazo mediático de Soul Train fue perdiendo fuelle poco a poco.

Pero siempre nos quedará en el recuerdo las actuaciones y los bailes que Soul Train nos brindó a lo largo de tres décadas de historia.  En España nunca tendremos algo así. Por suerte, siempre nos quedará Youtube.