La escena urbana: Más allá de los espectros de la Movida

Una perspectiva crítica para entender la Música Urbana desde sus propias particularidades.

 

La semana pasada Lolo Aznar publicaba en este medio un interesantísimo artículo en donde trazaba una serie de paralelismos entre la Movida madrileña de los años 80 y la actual escena urbana contemporánea. Mediante esta comparativa el autor analizaba dos momentos de efervescencia musical que son clave para entender la situación actual de una cultura española que no ha dejado de transformarse desde los últimos años de la dictadura franquista. La tesis central que dirige su análisis viene a decir que, a pesar de algunas diferencias superficiales, ambos movimientos reprodujeron y todavía reproducen las mismas dinámicas reaccionarias en lo político, y que ambos discursos deben entenderse como una especie de alegato y defensa del neoliberalismo. Y a pesar de estar de acuerdo con bastantes de los argumentos y lecturas que realiza sobre ambos movimientos en su artículo, considero que la interpretación que realiza de los hechos y las conclusiones que extrae son un tanto superficiales y realmente no van a la raíz del asunto.

En primer lugar, decir que la Movida madrileña fue en su totalidad un movimiento despolitizado donde “la gran mayoría de los artistas eran transgresivos en cuanto a la ruptura con los cánones estéticos y de comportamiento establecidos anteriormente, pero que sin embargo, esta transgresión no trató de subvertir o desestabilizar el status quo imperante en la época ni puso su foco en la injusticia social es una afirmación cuando menos cuestionable. Porque si bien coincido plenamente en que muchos de los artistas que triunfaron y que todavía se mantienen en la pole position del negocio de la cultura española fueron aquellos que como Pedro Almodóvarmilitaban en la frivolidad” y representaban fielmente ese arquetipo reaccionario del que nos habla Lolo Aznar, también considero que esta visión que tiende a denostar los años 80  pone demasiado énfasis en la crítica (muy necesaria todo sea dicho) sobre el discurso oficialista de la Movida que se construyó en los grandes medios de comunicación del momento y demasiado poco en valorizar los márgenes olvidados de la Transición durante esa época.

Es innegable que una buena parte de la Movida celebró el advenimiento de la cultura de los “maniquís y plástico”, y que desde diferentes ámbitos institucionales del poder fáctico se auparon y glorificaron a algunos artistas que por diferentes motivos resultaban afines a los intereses del orden político y económico que regía el status quo dominante en aquel tiempo. ¿Pero qué pasa con los márgenes olvidados y silenciados que vivieron esos años y no recibieron atención mediática alguna? ¿Qué pasa con todos esos jóvenes que no eran los actores principales de la Movida, pero que sin embargo sí que eran los braceros y motores que hicieron mover y progresar a la sociedad y a la cultura en aquellos años? Esta otra cara de la Movida y de la Transición es la que recoge Germán Labrador en su magnífica obra “Culpables por la literatura: Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986)”, en donde este profesor de la Universidad de Princeton nacido en Vigo en el año 1980 analiza pormenorizadamente el fenómeno contracultural que estuvo presente en la Transición en España.

En este período de casi veinte años, la juventud española vivió una explosión radical de lo que significaba vivir la experiencia del mundo moderno después de años de violenta represión nacional-católica. Y a partir de diferentes praxis artísticas y vivencias culturales estos jóvenes encontraron nuevas formas de representación estética que les permitieron entenderse como sujetos y como colectivos de un modo que nunca antes habían podido imaginar. Bajo la vieja promesa de las vanguardias europeas que pretendían llevar el plano del arte al ámbito de la vida para transformarla radicalmente, estas generaciones vivieron y experimentaron una serie de revoluciones estéticas y existenciales en donde el componente político siempre estuvo presente en una especie de “militancia de la vida” que caracterizó la conducta de muchos jóvenes durante esta época. Pero a mi modo de ver, el problema no estuvo en que todas las formas de “militancia de la vida” conllevasen a una irremediable “militancia de la frivolidad”. Sino que que muchas de esas formas de “militancia de la vida” condujeron a callejones sin salida en donde innumerables cadáveres de jóvenes revolucionarios se acumularon por culpa de la droga y de las enfermedades.

Los ochenta pueden ser leídos como el momento en el que los sueños políticos y transformadores que guiaron a la juventud de diferentes generaciones fracasa y se da de bruces contra una realidad que no habían imaginado y que lentamente los estaba matando y arrebatando su potencia para transformar la realidad. Por su parte, el triunfo de la Movida puede entenderse como una especie de apropiación despolitizada que el orden hegemónico realiza de esa revolución estética, artística y literaria que se vivió durante la época de la Transición, aprovechándose del silencio que reinaba en las calles de las ciudades españolas, donde los muertos se apilaban en esquinas y soportales sin poder contradecir los discursos oficialistas que estaban escribiendo lo que hoy conocemos como Historia de la Transición. Pero en memoria de todos esos muertos que soñaron con una transformación radical de la vida a partir de la cultura y se quedaron en el camino, y en honor a todos esos jóvenes de la Movida que no acabaron haciendo anuncios para entidades bancarias, ni se vieron involucrados en escándalos de evasiones fiscales transnacionales, considero que es muy necesario valorar y recordar estas vivencias disidentes y sus innegables fracasos para que su legado no caiga en el olvido. Porque tanto en los 80 como en la Movida, a pesar de sus muchos fracasos, existen múltiples elementos que merecen ser rescatados y valorados, ya que pueden ayudarnos a pensar el presente y tratar de no caer en los mismo errores en el futuro.

Del mismo modo, considero que la lectura que el autor realiza de la actual escena urbana en su análisis parte de una serie de tópicos que se abordan de manera superficial, y que las proyecciones que realiza sobre el legado de la Movida son de nuevo discutibles. En primer lugar, creo que la distancia entre ambos momentos es lo suficientemente grande y sustancial como para afirmar que estos movimientos se rigen por paradigmas un tanto diferentes. Mientras que las generaciones que participaron en la Movida vivieron el tránsito hacia el advenimiento del nuevo orden mundial que representa el neoliberalismo y la globalización cultural a través de la libertad de mercado, las generaciones que forman la denominada “nueva escena urbana” han nacido ya dentro de ese contexto, se han educado dentro de una cultura ya globalizada, y en definitiva han experimentado el mundo de manera bastante diferente a como lo hicieron los jóvenes de la Movida.

Obviamente se repiten patrones sociológicos que podríamos considerar universales a la hora de analizar cualquier fenómeno de la época contemporánea, pero desde mi punto de vista, lo realmente importante sería prestar atención a las diferencias de relación y forma que existen entre algunos de los universales que Lolo Aznar señala, (“momento de cambio(o transición) provocado por la crisis del capitalismo, un culto a la individualidad traducido en consumismo y una juventud que busca su espacio y su reafirmación generacional frente a lo antiguo o `lo carca´”) y no quedarse simplemente en la superficie de la comparación.

Me parece muy pertinente que señale que en ambos momentos el motor de cambio socio-cultural sea una crisis económica, ¿pero cuándo el capitalismo no ha funcionado a base de crisis económicas que hacen modificar la infraestructura y la superestructura de una sociedad? En este sentido, considero que habría que prestar mucha más atención a los hechos particulares y concretos de cada movimiento para que la comparativa fuese más fecunda. Por ejemplo, mientras que a la generación de la Movida se le vendieron los ideales de la sociedad del Bienestar a través del discurso populista de Felipe González, los jóvenes que dan vida a esta escena urbana han vivido en sus propias carnes el fracaso que esos ideales trajeron a este país. Mientras que algunos de los artistas de la Movida se convirtieron en iconos referentes de la cultura española mediante discursos ególatras y narcisistas que reproducían los intereses ideológicos del mundo neoliberal que estaba por venir, muchos de los artistas de la actual escena urbana han conseguido transformar parte de la precariedad endémica del sistema neoliberal en el que nacieron y generar nuevos espacios de resistencia que desafían, en cierta medida, algunos elementos del status quo dominante.

Es innegable que el mensaje que contienen muchas de las obras de este género utilizan elementos simbólicos que ensalzan en el plano discursivo el individualismo y el hiperconsumismo como estilo de vida moderno. Pero sin embargo tengo serias dudas sobre la intencionalidad de dicho mensaje. Cuando Yung Beef, La Zowi o C.Tangana hablan de hacer dinero, de marcas de lujo italiana y del culto al Yo, considero que de fondo no hay exactamente una actitud que reivindica o positiviza estos valores frente a otros. Considero que ante todo estos discursos narrativos deben ser comprendidos como un quejido nihilista y estetizado del estilo de vida que implica el capitalismo cultural en el que vivimos. Donde Lolo Aznar o Víctor Lenore tan solo ven apología al orden social hegemónico, también tiene lugar el grito desgarrado y narcisista de El Comediante de Alan Moore, que celebra entre carcajadas el triunfo del sueño americano mientras en su fuero interno sufre el aislamiento y la presión social de un mundo que no para de codificarlo y estrangularlo.

Aún así, el alegato individualista que podemos encontrar en las narrativas de este género no lo parece tanto si prestamos atención a los posicionamientos que hacen a la hora de afrontar su rol dentro de circuito de la industria cultural. Y es que a pesar de todos los pesares, creo que actualmente hay pocas escenas artísticas y culturales que tengan tan presente la perspectiva colectiva como este movimiento. Más allá de ese auto-referencialismo literario sobre el Yo que es tan habitual en la tradición de la música hip hop, practicamente la totalidad de artistas de la “Música Urbana” en España tienen una conciencia colectiva bastante desarrollada, sabedores de que si realmente quieren que este género crezca y se asiente de verdad dentro de la cultura española es necesario proceder de manera colectiva. Cuando en España un artista hip hop sube y crece su repercusión mediática, de un modo u otro todos crecen a su alrededor. Es muy posible que estas dinámicas de crecimiento no sean las mejores o las más justas, pero teniendo en cuenta cómo estaba la escena urbana en este país hasta hace cuatro años, la perspectiva del asunto cambia bastante.

Esta dimensión que señala la importancia de lo colectivo a pesar de lo individualista de la actual escena urbana queda patente incluso en el fenómeno del beef, ese formato de comunicación y enfrentamiento musical mediante el cual dos artistas aparentemente enfrentados hacen gala de sus diferencias mediante una exposición mediática que beneficia a ambos. De este modo, la polémica entre la PXXR GVNG y su beef con Cecilio G ha desembocado finalmente en una peculiar relación en donde el de Bogatell utiliza la plataforma La Vendición Records como distribuidora de su obra. Otro caso paradójico es el del enfrentamiento entre C.Tangana y Yung Beef, conflicto que terminó derivando en una suerte de show mediatizado a través de plataformas como Youtube o Twitter gracias al cual ambos generaron una repercusión que sin duda alguna resultó beneficiosa para las dos partes .

Otro de los argumentos esgrimidos en el artículo de Lolo Sanz hace referencia a que la actual escena urbana “construye su identidad en base al consumo y propone un concepto de libertad basado en el hedonismo o la artificialidad; desterrando cualquier mensaje con contenido social, colectivo o contestatario”. Y sinceramente, no podría estar en mayor desacuerdo, porque de nuevo considero que el autor del artículo interpreta los hechos de manera deficitaria. Que el acercamiento a lo social se haga desde una perspectiva que no satisfaga a los preceptos de la izquierda progre que ostenta una parte del poder moral dominante no significa que el contenido social o contestario esté ausente. En el artículo se ofrece una lista muy reducida en la que aparecen tan solo unas “pocas excepciones” de artistas del género urbano que tratan explicitamente el ámbito de lo social en sus producciones musicales, y considero que esta afirmación está motivada en gran medida por la falta de conocimiento sobre el underground de la escena urbana española. Erik Urano, Miguel Grimaldo, Delaosa, Petit Ribery, Ajax y Prock, Ergo Pro, Ébano, Israel B, Dano, Elio Toffana, Sule B, Cheb Ruben, Trapani o MDE Click son solo algunos de los muchos artistas que muestran su compromiso social con las calles de las que vienen y no solo hablan de hacer dinero, de marcas caras y de putas que mueven el culo.

Asimismo, cuando habla de la despolitización de este género musical en concreto creo que toma muy a la ligera la despolitización general que sufre esta sociedad desde hace bastante tiempo, hecho que se demuestra claramente en los bajísimos índices de participación ciudadana en las diferentes elecciones que han tenido lugar en España durante la última década. Nos guste o no los hechos indican que la mayoría social ya no se siente representada por los preceptos políticos clásicos y que la política representativa lleva décadas en crisis. Los sujetos políticos en la época contemporánea necesitan construir nuevas realidades políticas, pero eso no puede ocurrir mediante la “elaboración de un discurso cultural propio que se desligue del sistema y opere al margen de él”. Si queremos hacer resistencia al sistema dominante lo primero que debemos hacer es entender cuales son las normas del juego que plantea y saber cómo podemos movernos de manera contradictoria dentro de sus límites sin ser completamente absorbidos. Y para ello debemos aceptar una serie de triunfos que el sistema del capitalismo cultural ha logrado. Uno de ellos, a mi modo de ver el más importante, es que actualmente no existe un afuera del sistema (hasta que algún colapso medioambiental diga lo contrario). Así que para cerrar este artículo querría formular la siguiente pregunta, ¿cómo jugar al juego que quiere el sistema sin caer en las trampas y dinámicas reaccionarias que dan sentido a dicho juego?

Con lo dicho hasta aquí doy por finalizado este escrito en el que he tratado de ofrecer algunas perspectivas para poder analizar y entender la escena urbana más allá de los espectros de la Movida. Hay muchos puntos que deberían ser analizados con mayor profundidad y rigor. Y otros tantos que quizás deberían ser matizados y aclarados pormenorizadamente. Pero el mensaje que he querido transmitir es el siguiente: que en cualquier época o fenómeno cultural que podamos definir como un movimiento reaccionario existen múltiples elementos de carácter revolucionario que merecen ser tenidos en cuenta y analizados. Que tanto en la Movida como en la actual escena urbana no todo es “maniquís y plásticos”, o discursos alienantes que centran su mensaje en el individualismo y el hiperconsumismo. Si se profundiza en sus entrañas aparecen algunos de esos elementos transformadores de la realidad que podrían tener un efecto contrario a los intereses del sistema en su distribución como producto de consumo masivo. Pero si nos empeñamos en negar estos movimientos en su totalidad por su apariencia superficial, estas armas reivindicativas que podemos encontrar en el seno de sus aparatos simbólicos serán ocultadas y la historia seguirá creciendo hacia la misma dirección distópica que está gobernando en la actualidad.