Matías Aguayo, resonancias del fin

Una larga y profunda conversación con uno de los grandes iconos de la electrónica sudamericana sobre sus orígenes en Kompakt, política, activismo sonoro y el fin de los días.

Matías Aguayo: El neoliberalismo se inició en Chile, su fin espero que también.

Un viernes a las seis de la tarde, ya iniciado el Estallido Social en Chile, en plena Plaza de la Dignidad (ex Plaza Baquedano), entre el comercio ambulante y barricadas; chicos de la primera línea, cubiertos con capuchas, piedras y escombros, franquean el paso de carabineros; quienes, entre disparos, lacrimógenas, lumas, detenciones y golpes, intentan disolver a los manifestantes. A pocos metros de esto, entre lienzos, gritos, cánticos, intervenciones, baile y música, hay familias, personas de todas las edades que, en un carnaval alegre y triste exigen sus demandas. La revuelta había comenzado. 

Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y no tenemos las herramientas para combatirlas.

Audio filtrado de Cecilia Morel

A pocos días de la incipiente insurrección, se viralizó un audio de la Primera Dama del país, advirtiendo a una amiga sobre los hechos. El relato no pudo ser mejor descrito, más cómico y revelador: Chile vivía y vive un encuentro del tercer tipo; los discursos del futuro, de pronto, se hicieron presentes; el avistamiento de objetos voladores no identificados, ideas de imposibles que abruptamente se hacían posibles, eran permanentes y sostenidas. Algo estaba y está muriendo y los modos de vida no pudieron cubrir sus grietas por más tiempo.  

Support Alien Invasion fue el nombre de uno de los tracks del álbum que se titula de igual forma. Compuesto por Matías Aguayo, productor y co-fundador del sello Cómeme (label alemán que, desde el 2009, funciona como una gran caravana nómade, en la que conviven y abunda la diversidad, irreverencia e insurgencia creativa de artistas, estéticas musicales y sonoras de diferentes rincones del planeta), el LP salió meses antes de que todo explotara en Chile y, por supuesto, también antes que Morel filtrara su advertencia alienígena. El recuerdo no es azaroso, sino que vino a mostrar cierto sutil signo demiúrgico en el proceso creativo del músico.  

Con el disco dando vueltas alrededor del mundo, llegó a Chile para una residencia en el club electrónico Noa Noa. Más allá de los shows, las búsquedas de Aguayo se centraron en entender y entrar de lleno en el proceso que vivía el país. Fue esa inquietud la que lo condujo a la cima de uno de los edificios céntricos de la capital, ubicado frente al punto neurálgico de la revuelta. Ahí amplificó tracks creados junto a otros músicos chilenos y que buscaban dos objetivos: ir en apoyo de los manifestantes y confrontar a las autoridades policiales, quienes venían a dar orden, en medio de una serie de acusaciones de violencia sistemáticamente a los Derechos Humanos. Para el productor el impulso, quizás inconsciente, vino de sus andanzas experimentadas durante la primera década del 2000 y que lo mantuvieron en Argentina armando, desarmando e interviniendo las calles y la música a su alrededor. En uno de esos experimentos y a través de pistas amplificadas en dispositivos MP3, Aguayo dio con una mirada más heterogénea, horizontal y política de la cultura de baile. 

  • M.A.: Había cosas que no me gustaban nada. La idea del dj en su cabina y el público alzando las manos tiene analogías con el fascismo e ideas autoritarias que no me parecen; la concepción del dj que “hace bailar” a la gente la encuentro horrible. El buen dj es el que crea un dialogo intimo con el público, un ritmo para todos, más igualitario y transversal; lo otro es un ritmo de arriba abajo, con un bombo muy fuerte, que golpea de forma machista y unidireccional, invadiendo al cuerpo, imponiéndole formas, sin ni siquiera preguntar si quiere o no bailar; un ritmo por obligación, a través de mecanismo y ansiedades de producción antinaturales, impuestas por un modo de funcionar que tiene el mercado. 
  • S.H.: ¿Crees que esta idea de cambio vaya a modificar realmente algo, que el proceso que vivió el país, desde octubre a la fecha y la pandemia que azota a todo el mundo, cambie las dinámicas de relación, a tal punto que incluso la música se vea afectada?
  • M.A.: El cambio ya comenzó. En Chile desde el Estallido y la revolución y, antes de eso, a partir de una violencia constante y premonitoria; un aviso de que algo iba a cambiar, que la normalidad tal y como la conocíamos era insostenible.
  • S.H.: ¿De qué forma crees que esta noción de cambio se hace manifiesta?
  • M.A.: Cuando estuve en Chile traté de apoyar y tener una experiencia y participación concreta en el contexto y proceso que se vivía; no quería ser solo un observador pasivo, quería intentar aportar en el cambio. Fue en ese tránsito donde me di cuenta de que lo que se vivía no era ni sería solo en Chile, sino que tenía una dimensión más grande y global, que esos cambios se replicarían en todas las partes y rincones del mundo. No imaginé jamás que todo esto era la antesala de una pandemia, pero sí sentía que algo más grande iba a ocurrir; la violencia me hizo intuir que algo se fraguaba y que Chile lo estaba adoleciendo.

Aguayo vivió de cerca el proceso social. El ambiente, si bien nuevo para la generalidad, para él era algo aún fresco en la memoria: la detención y exilió de su padre, luego del Golpe de Estado del 73 ocurrido en Chile, no lo dejaban indiferente. Por otro lado, como otros tantos artistas, llevaba toda una vida interviniendo lo inintervenible, ideando lo imposible y viviendo al margen de todo lo que parecía un lugar seguro y económicamente sustentable. Si bien ha corrido mejor suerte que otros, en sus genes el do it your self es una molécula fundamental. Support Alien Invasion fue editado por Crammed Discs, sello independiente Belga, que desde los 80s ha publicado a centenares de artistas que oscilan entre el rock, pop y electrónica, en conjunto con Cómeme, casa discográfica que dirige junto a Avril Ceballos, editora, traductora y gestora cultural de larga experiencia en escenas artísticas y musicales alrededor del mundo. El material no solo le permitió alejarse de su sonido característico y entrar en zonas más experimentales, mixturas e influencias de distinta procedencia; sino que apareció después de media década de silencio; tiempo en el que condensó todas sus búsquedas creativas anteriores. Ahí se encontraba Zimt, proyecto que llevó a cabo a finales de los 90, junto a Michael Mayer y que dio como resultado el EP de 12 pulgadas U.O.A.A. Shake it. Lanzado el 98, a través del sello alemán Lodomat, con un track del mismo nombre del disco, una versión 2.0 y un remix realizado por Jürgen Paape, fueron las formas en que los sonidos del house, mezclados con voces y beats en clave pop, hicieron posible no solo la idea de baile y fiesta, sino también proyectar conceptos e ideas que hoy son ineludibles: cierta noción de comunidad, diálogo, rito, tribu y aproximaciones culturales primigenias que buscaban resensibilizar el espacio crítico y reflexivo.

En los años posteriores, el experimento fue más lejos. El ejercicio incorporó dureza en el discurso, un sonido que demostró que el dance y pop podían crear atmósferas más frías y directas, sin perder de vista su carácter dionisiaco. Con Dirk leyers desarrolló Closer Musik, agrupación con la que editó un LP de 7 tracks, a través de Kompakt, y con el que consiguió crear un laboratorio techno-house-pop, titulado After love; álbum que viaja por distintos ambientes que pueden envolver, hipnotizar y experimentar, o hacer todo eso al mismo tiempo.

  • M.A.: La llegada a Kompakt fue algo bastante natural, todo se dio muy simple, tal y como antes solían ser las cosas. No había que ver acuerdos ni firmar nada, simplemente se oía música y, si gustaba, se publicaba. Todo funcionaba de ese modo, de manera sincera y transparente. Cuando llegué aun no existía el sello, estaba la idea rondando, yo ya estaba haciendo cosas en la escena de Colonia y con los fundadores nos conocíamos porque tenían una tienda que se llamaba Delirium que yo frecuentaba. Con Michael (Meyer) fuimos siempre muy amigos, me siento parte de la familia Kompakt, incluso antes de que se creara. Las cosas eran así, era todo distinto, vivíamos la música y estábamos permanentemente escuchando y escuchándonos. Ellos así lo hicieron con mi trabajo y las cosas se desarrollaron a partir de ese lugar.

Luego de esta incursión, tuvo una estancia oscilante entre Europa y Argentina. En el país trasandino hizo conocidas, a principios del 2000, las fiestas Bum Bum Box, suerte de lives fugaces, sin horario ni ubicación específica, que tenían como fin generar una comunicación transversal con los transeúntes a partir de la música. El proyecto lo desarrolló en un inicio junto al dj, Máximo Bondino, para más tarde unirse Eugenia Caloso, reconocida maquilladora porteña; Pablo Castoldi, arquitecto y dibujante; y Gary Pimiento, gestor cultural. La referencia no deja de ser llamativa, pues las fiestas fueron una antesala al propio estallido vivido en Argentina un año más tarde, en una suerte de previa de lo que sería el Estallido Social en Chile, y que puso de manifiesto un cambio radical en la urgente búsqueda por reescribir el campo social, visibilizando micropolíticas en lucha que vieron la oportunidad de resignificar la legalidad, la vida, los lazos sociales, el uso del tiempo, y las formas de comunión y comunidad; agudizando esa idea de quiebre entre gobiernos neoliberales totalitaristas y proyectos progresistas de origen popular. 

  • Matias Aguayo: En mi trabajo musical no hay cosas que se hagan manifiestas por procesos conscientes. No me pregunto cuál es la estética o forma en que tomarán curso las cosas a mi alrededor, sino que estos procesos se van colando silenciosamente mientras trabajo. Indudablemente, el momento en el que hoy estamos se ha traducido en mi forma de hacer música, aunque ahora no sea capaz de notarlo, hay y existe un cambio. Estamos en un momento frágil, de muchas incertidumbres. En el caso de los músicos o, más bien, de todos en general, una de las preguntas más próximas y frecuentes tiene que ver con cómo nuestros oficios sobrevivirán -aunque lo más probable es que no lo hagan-, sin embargo, queremos saber cuáles serán esos otros modos de pensar, concebir, crear y dialogar con la música.

En ese tiempo también gestó su primer disco solista: Are you really lost. Lanzado bajo el mismo sello Kompakt, el trabajo fue una incursión íntima sobre lo que podría ser el resumen creativo de su vida: experimentos sonoros, mezclados con líneas rítmicas que invitaban a una estancia en la que mente, cuerpo y discurso conformaban una inquietante triada política, que tenía resonancias en su música. El LP le permitió distanciarse definitivamente de contemporáneos que hacían carrera en Europa y en la movida de Ibiza, con un sonido y aproximación pop que descreía de las influencias más rígidas y frías. Unos años más tarde, esto lo volvió a pronunciar, pero desde lo colaborativo. Con Markus Rossknecht, formó Broken, proyecto con el que desarrolló el EP We ain´t go it, publicado por el sello Kompakt y con dos tracks que van del house al pop, mientras sus frecuencias vibran en la metálica dureza de la tradición techno de los 90s. El 2008, nuevamente a través del mismo sello, lanzó lo que sería su propia declaración de principios: Minimal. El arte es no repetirse, parecía decir este single que, con “un ritmo más nocturno, más profundo, más sensual”, vino a marcar un modo de pensar y hacer música. Luego vendría Ay Ay Ay (Kompakt, 2009) confirmando la propuesta: beats cándidos como el de una milicia preparada para asaltar la pista de baile. El álbum fue confeccionado con notorias cercanías a una electrónica más pegajosa, de ritmos o sensaciones latinas que se distanciaban definitivamente del minimal house y se acercan a esas mixturas alienígenas interraciales que son hoy el sello de su trabajo.

Más tarde llegaría el EP I don´t smoke (Kampackt, 2011), que puso nuevamente a la pista como centro de una ética basada en la comunicación a través del cuerpo; para luego pasar al techno, influencia africana, pasajes lisérgicos, calor latino y conciencia pop que logró con The Visitor (Cómeme, 2013). Fue en este lanzamiento donde se permitió entablar un discurso más autoral, entrando de lleno en la idea de experimentación, comunidad, colaboración y a una contienda desarrollada en los ritos que exige la cultura de baile. Antes y entremedio de todo esto, producciones, sencillos y colaboraciones, como las que realizó el 2011, junto a la banda norteamericana Battles, donde puso la voz para el tema Ice Cream, grabado por el reconocido sello inglés Warp y que Pitchfork puso entre las mejores 50 canciones del año.

  • M.A.: Con Battles fue una historia bastante sencilla. El baterista, John Steiner, que había tocado con Helmet y Tomahawk, fue a una de mis tocatas. Creo que le gustó que cantara y tocara muchas percusiones, porque después del show se me acercó y nos quedamos hablando un rato. Ahí me preguntó si quería hacer una colaboración con ellos, que estaban buscando a diferentes personas para que participaran en distintas canciones del disco. La composición ya la tenían, así que el proceso fue bastante claro, comenzamos a dialogar y dejar que las cosas fluyeran. A ellos les gustó todo el rollo de Ay Ay Ay, donde hice varias capaz de voz entre medio de balbuceos. Así que hice algunos intentos tímidos al inicio, que luego ellos me incentivaron a llevar más lejos y a experimentar más. Eso fue lo que finalmente quedó. Luego grabamos el video con la productora barcelonesa CANADA e hicimos varias fechas juntos, que permitió unirnos y tener una amistad hasta hoy. 

Todo este viaje sirvió para delinear lo que más tarde realizaría junto a Henning Specht, en teclados; Matteo Scrimali, en batería; y Gregorio Gómez, en guitarra. Matías Aguayo & The Desdemonas consiguió, nuevamente, dejar patente ciertas ideas que rondaban en sus anteriores trabajos y condensarlas en una propuesta que no solo respondió directamente a ellas, sino que incorporó nuevas formas de pensar el sonido, en una conjugación retrofuturista que mezcló algo así como post-electrónica y reminiscencias krautrock. Es esta marcha la que nos devuelve nuevamente al presente. Luego de que en Support Alien Invasion diera rienda suelta a las búsquedas experimentales, sonidos combativos, influencia africana, dub con bases rítmicas lúdicas y al mismo tiempo políticas, llegó la elocuente confirmación artística, justo en momentos donde se exigía, elocuencia; nuevas miradas que interpelaran, no solo a la forma de hacer música, sino a la manera de entender los contextos. El lanzamiento se hizo de forma silenciosa, pero como un buen avistamiento OVNI, no dejó indiferente a nadie. Lo escurridizo y calmo de su aparición no fue un azar, sino que respondió a una decisión que tomó un tiempo antes.

Siempre que como arroz la fiesta está muy buena. 

Matías Aguayo conversa y cocina, junto la música y productora chilena, LARAHEI. La escena se transmitió en directo, a distintas partes del mundo, por streaming. 

El 2018, a través de una performance de 12 horas, titulada True Matías Show, exploró y explotó las plataformas digitales, con el fin de abandonarlas. Llevó al exceso la idea de streaming, en una propuesta insólita, extraña, multicultural e interdisciplinaria, que mezcló conversación, gastronomía, música y diálogo con artistas, donde Aguayo se permitió jugar como niño: ilustró mientras músicos realizaban lives, cocinó mientras habló con productores, actuó, bailó, encarnó a un conductor de noticias freak y se entrevistó así mismo, todo esto durante una jornada ininterrumpida que fue transmitida al mundo, con el fin de cerrar un ciclo de vida en la tierra utilizando las Redes Sociales.

Para este cierre se hizo acompañar por el brasileño MC BinLaden, la dj francesa Roxymore, el productor alemán, Uwe Schmidt y los chilenos Tomasa Del Real, Valesuchi, Domingae (Follakzoid), White Sample, Bronko Yotte, IARAHEI, Valentina Villarroel, y el grupo de afro-trap Makalata Klan, quienes lo escoltaron en su ruptura digital y pugna respecto a la dictadura de los algoritmos. El 27 de octubre del 2018, prácticamente un año antes de la revuelta social chilena y lejos de la pandemia, la crisis sanitaria, política, social y medial, Matías Aguayo puso fin a sus cuentas de Instagram, Facebook y Twitter; dispuesto a confirmar que había otros modos de crear y difundir la música. “I prefer you in real life” fue uno de los mensajes que ilustró y que colgó como epitafio a su estancia en esas plataformas.

  • Matías Aguayo: Por momentos siento que no tenemos las herramientas necesarias para lo que se viene, porque nos educamos en otra época. Pensar y reflexionar sobre eso ha sido interesante a muchos niveles, está lo íntimo, la forma interior en que vivimos esto y la sensibilidad y certeza de poder ver cosas que antes no habíamos percibido, porque estábamos demasiado insertos en una rutina de sobrevivencia. Creo que ahí hubo una apertura, apareció la noción de que era necesario pensar nuevas formas no solo de hacer arte, sino de relacionarnos entre nosotros, porque ya no funciona o ya no va a funcionar lo que antes, al parecer, funcionaba.

Hace pocas semanas me envió un mensaje, como si solo intentara dar señales de vida y de avisar que todo está en orden. En el mensaje me comentó que, desde que comenzó la pandemia, ha vivido en medio de la selva mexicana, lejos de toda civilización urbana, y que eso le ha permitido comenzar a poner atención a otras cosas, como el sonido de insectos, especialmente de hormigas, a las que se encarga de registrar periódicamente. La carpeta contiene experimentos sonoros y una decodificación de la cotidianidad más próxima, donde lo íntimo se vuelve determinante y fundamental para encontrar las posibles nuevas formas de vida que existen y, posiblemente, existirán luego de la pandemia. 

  • M.A.: Hay un rechazo por entender los cambios que estamos viviendo. Seguimos inmersos en la rutina, en la idea de exposición, de relevancia, de presentarse, de visibilizarse, de producir, de generar contenido; y éste motor no tiene nada que ver con el amor a la música, sino a la irrupción de exigencias que el sistema ha introducido en la comunidad musical, es decir, no debemos olvidar que los comienzos del movimiento electrónico se basaron en la contracultura, en tener otro funcionamiento, no usar los canales y plataformas de distribución mainstream, sino formas propias y redes también propias. Pero el sistema ha logrado colarse acabando con una escena que ahora está completamente entregada a generar contenido para las grandes empresas digitales, redes sociales y plataformas de difusión, que solo se benefician de nuestro mal uso de estos espacios, transformándolos en una especie de culto a la persona que responde a una lógica y un sistema completamente opuesto a lo que nosotros creíamos que estábamos haciendo y que no tiene coherencia con lo que queríamos realmente, ni en la forma de crear, producir, o de relacionarnos. 
  • S.H.: ¿Qué crees que se ha perdido en todo esto?
  • M.A.: Hemos perdido las herramientas para encontrarnos y, en esa búsqueda veloz por intentar ser el primero, estamos cayendo en tonterías, como estos supuestos modelos de trabajo flexible y creativo que, en el fondo, vienen desde una lógica neoliberal, de individualismo y de una presión de producir por producir y mostrar por mostrar, olvidándonos por qué estamos haciendo esto, cuáles son los fines reales de nuestras actividades como músicos y por qué decidimos hacer algo diferente a las lógicas de mercado. Es difícil decir cómo será el futuro. Si queremos un cambio, tiene que ser a partir de algo que se cree, que sea sostenible y profundo; tiene que crearse una nueva manera de relacionarnos, que tenga sus propios lenguajes, que sea capaz de enfocarse en otras sensibilidades y minorías que hoy no tienen espacio.  
  • S.H.: ¿Ves alguna salida? ¿De qué forma lo musical se apropia o da respuesta al actual momento?
  • Siento que es un momento más de preguntas que de respuestas, de entrar en un diálogo dentro de nuestras comunidades, pero también con otras entidades, que están a favor de un cambio. Sin embargo, es difícil, porque estamos enfrentados a una dualidad: por un lado, nos hacemos grandes preguntas y, por otro, estamos enfrentados a una intimidad muy concreta, que implica búsquedas más próximas. Cada uno ha intentado dar con respuestas, en mi caso, comencé a buscarlas en mi entorno, entre árboles, viento, luces, insectos, en volver a lo pequeño, ínfimo, pero más significativo. 
  • S.H.: ¿Esta idea de intimidad crees que se traduce en el sonido, en las formas de abordar la música, de crear y comunicar a partir de instrumentos, frecuencias o ritmos?
  • M.A.: He observado con un amigo, con quien estoy en una colaboración que surgió a partir de intercambiarnos algunas ideas a través de mails, que estábamos operando en un espacio muy íntimo, que hacía eco en nuestro trabajo, pero que no ingresaba de forma consciente. No somos capaces de percibir esto o, al menos yo, no trabajo de esa forma. No tengo un esquema conceptual que imagine qué va a funcionar en una discoteca, mientras sé que todas están en este minuto cerradas. Mi aproximación es distinta, durante los últimos 15 años estuve de gira, siempre distraído de mí, de lo íntimo y buscando poner atención en el otro, en el público, con quienes oímos música y bailamos, pero el confinamiento me ha encontrado de otro modo y, por tanto, con más tiempo para estar dentro de mí. Esto me ha llevado a confrontándome con cosas que no estaba preparado, que no trabajé o que no dediqué el suficiente tiempo; llevándome a estar más sensible y cercano conmigo mismo. Sin embargo, creo que estamos en una permanente dualidad, por un lado, tienes tiempo para ti, pero esta urgencia también te obliga a tener una sensación de largada distancia permanente muy problemática, porque nos acostumbra a relacionarnos a través de chats, mails, y todas esas formas de comunicación disfuncional. Hay que recordar que la conexión nunca reemplazará el contacto. 

Primero fue el territorio, la calle, el espacio público que sirvió como bastión y refugio de un descontento. Luego, el virus, la pandemia, el encierro y esa noción primigenia se redujo al claustro, a los estados de excepción y la imposibilidad de reunión. En ese choque, entre el entendimiento de un cambio por medio de generar comunidades y el aislamiento por resguardar la vida, se encuentra hoy el mundo: un oscilante impulso y urgencia por dar respuestas a grandes preguntas, al mismo tiempo que existe una necesidad vital de aislarnos en nuestro propio cuarto. Un momento de reflexión que ha repercutido en la mirada de la industria y del hacer musical; recrudeciendo ciertas ideas y flexibilizando otras, pero teniendo siempre en consideración que el trabajo es quebrar los modos en que el neoliberalismo se instaló en la sociedad. 

  • M.A.: Cuando nos preguntamos en qué estamos, la respuesta para algunos ha sido un descubrimiento de lo íntimo, para otros un periodo de paranoia, de un nihilismo extremo o una preocupación permanente y desesperada por intentar sobrevivir. Por eso es tan importante mantener vivo el contacto con nuestra comunidad de músicos y músicas. Al menos para mí, es fundamental sentir que estamos en algo que solo a través del dialogo musical funciona; no sirven los dispositivos tradicionales, sino un dialogo distinto, que permita transmitir los sonidos inspirados en nuestro entorno. Es eso lo que me hace sentir que aún estamos haciendo cosas, que estamos intercambiando y estamos en contacto a través de la música. Pero esa es mi forma y la comparto con pocas personas, en un contexto muy íntimo. Es muy distinto a lo que pasa actualmente, muchos djs para no desaparecer y seguir activos están generando un montón de contenido, mostrando sets gratuitos que precarizan sus propias fuentes de trabajo. Eso es algo complejo, me he negado a participar por lo mismo y he optado por hacer música más en un contexto de intimidad. Para mí es más importante abrazarnos entre músicos, saber que estamos juntos, que estamos aquí y que estamos creando esa conexión y comunicación muy bonita y acogedora que me da más contención que la sobreproducción y exigencia que el neoliberalismo nos obliga y que nos lleva a la desesperación, y a esa noción y deber de tener que salvar algo que no sabemos qué es y que solo nos conduce a empobrecer nuestro oficio. 
  • S.H.: ¿Qué te ha conducido a llegar a estas ideas?
  • M.A.: He entendido el lado sensible y reflexivo de las cosas, pero a ese lugar no pude llegar solo, fue principalmente conducido por la mirada y discurso de las mujeres; esa idea de comunión y comunicación la he conseguido gracias al diálogo con productoras como Camille Mandoki o Valesuchi o con mi socia Avril Ceballos; quienes me han permitido entender que, si no nos abrazamos entre nosotros nadie lo hará, necesitamos cuidarnos y defendernos. Esto me ha permitido darme cuenta de que estábamos inmersos en un ritmo insoportable; sonidos, velocidades, exigencias y presiones que solo generaban lugares arrítmicos. 
  • S.H.: ¿Crees que vivimos el ocaso de un tiempo?
  • M.A.: Chile, a través del modelo e ideología de Jaime Guzmán, formo una sociedad muy atomizada, sin noción del otro, ni menos aún de comunidad. El Estallido Social, con esa frase Chile despertó, permitió entender que necesitábamos ver cosas que estábamos desatendiendo. Por otro lado y viendo el vaso medio lleno, la pandemia nos ha reconectado con nosotros mismos y nos ha hecho entender que lo realmente importante es tener autonomía, buscar nuevas formas, desde lo básico, como la música, hasta estructuras más complejas.

Karl Hardman: ¿Deberíamos arriesgar la vida por alguien estando en un sitio seguro?

La noche de los muertos vivientes, de George A. Romero

Miles de zombies caminan sin rumbo por el centro comercial. Entre sus brazos cargan bolsas, paquetes y objetos que no saben si son necesarios o no, menos hacia dónde los llevan, ni hacia dónde deberían llegar. Sus cuerpos deambulan deformes, en contraposición al espacio higiénico y regulado del shopping center. Miles de entes suspendidos en la irrealidad veloz, sin memoria, ni nostalgia del espacio de compra, consumo y repetición estética. 

  • M.A.: A veces siento que estamos en medio de Night of the living dead, de Romero, en un punto de no retorno y desazón, en un espacio que se niega a olvidar de las lógicas neoliberales, y donde la desmesura apremia, en una urgencia que no sabemos a qué responde o si existe realmente, como si estuviéramos en un mall cargando objetos que no entendemos por qué debemos cargar o por qué debemos comprar. 

En esa imagen y fin, la música también deambula y oscila entre la sobreproducción ciega e inconsciente, que busca perpetuar formas de vida que están a punto de desfallecer, y las nuevas formas insurgentes, de las que Aguayo busca rescatar sus sonidos.