Motivos para no perderte el set de Lil’ Louis en Brunch- In The City

Se pueden contar con los dedos de una mano los “housemasters” en activo. Nuestro especialista en garage y house americano te da motivos suficientes por los cuales no deberías perderte el set de Lil’ Louis este domingo en el nuevo conclave de Brunch en Barcelona.

Corrían los años noventa del siglo pasado cuando el house se convirtió en un amasijo de basura y escombros: superclubes inundando Ibiza con 4×4 trotón, vendiendo y prostituyendo el concepto primigenio del house a un público europeo -mayoritariamente anglosajón, pero también español- que compraba y difundía como tal uno de los mayores blufs de la historia de la música electrónica de baile. El bombito, el subidón interminable, el megatrón, el hands up (el mayor aborregamiento sociológico-festivo del siglo XX, vigente aún hoy en día) se vendía -y compraba a ciegas- bajo un supuesto sello “house”.

Se llegaron a extremos infames: programando en clubs de medio mundo (chequera en mano) a artistas americanos del ramo con personas que creían que tirando de bombo y charles ya eran “embajadores” de ese particular sonido, y miren, por ahí no paso: aquí ya sabemos quienes son los reyes magos y el ratoncito Pérez. Imaginen el Madison Square Garden abarrotado de gente en una noche “especial jazz”: en el cartel Miles Davis, Thelonius Monk y Dizzy Gillespie con La Húngara, Sarai y Tijeritas… pues lo mismo pasaba en clubs de medio mundo con el house. Mezclando churras con merinas se enterró, no ya solo un estilo musical (en línea con el soul, el jazz, el góspel y la música disco) sino también una manera de vivir.

El house nació simultáneamente en Chicago, en Detroit y en Nueva York: en fiestas en sótanos de casa particulares, garajes, almacenes (luego se abrieron los primeros clubs) donde se reunían seres de todo pelaje y alcurnia: negros, latinos, homosexuales, travestis, camellos, putas, chaperos… con un denominador común: hedonismo, libertad (y libertinaje) y el baile. Y el baile no tenía otra banda sonora que no fuese house. Allí se dejaron la vida (literalmente) una serie de personas para que ahora puedas bailar en un after sin que te miren como al peor de los delincuentes y con el beneplácito de las instituciones públicas de medio mundo (excepto en Cataluña: donde “bailar de día” sigue siendo alegal).

Los  houseros que peinamos canas recordamos con nostálgia y entre toma y toma de Sintrom lo que era llegar a un club, correr la tupida cortina de terciopelo rojo y entrar en el paraíso: sonidos de Chicago, olor a popper, camaradería (se permitía a heteros disfrutar del ambiente), hedonismo, libertad sexual y baile que entroncaba con la tradición cultural y finisecular del jazz y del soul abriendo la puerta a una bocanada de aire electrónico nuevo. Tomen nota: lo del Berghain ya lo inventaron mucho antes “una panda de maricones negros y latinos”, sin necesidad de marketing alguno comisionado por una persona en la puerta uniformado con un traje mal cortado de Hugo Boss.

El que les escribe desde el hogar del jubilado de Móstoles ha tenido la suerte de poder disfrutar de las sesiones de, entre otros, Frankie Knuckles, David Morales, Danny Krivit, Danny Tenaglia, Todd Terry… Hagan caso a sus mayores y no falten este domingo  a la sesión de Lil’ Louis en Brunch- In The City Barcelona. Los tiempos han cambiado y, gracias a iniciativas como esta (donde se prima la calidad artística por encima de lo grosso) podemos disfrutar de una de las figuras históricas de la cultura de club y del house de calidad.

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Para que se hagan una idea y lo entendamos todos: el domingo, en Brunch- In The City Barcelona tenemos al Camarón del house, al Rolling Stones del clubbing, al tío abuelo de Yung Beef. Y además sin tener las reticencias que teníamos antaño: “que si no me gusta este ambiente sodomita, que si no estoy a gusto porque todo está muy oscuro”… NO. Los tiempos han cambiado y gracias a iniciativas como las de Brunch- In The City podemos disfrutar (e incluso llevar a los críos) de un evento cultural de primer orden. Ahora vendrán los haters con la estúpida e ignorante cantinela de “pero si hay foodtrucks, pueden entrar los críos y es al aire libre ya no es clubbing”: aparten a estas gentes de sus vidas, ya no vivimos en el siglo XV.

Y no olviden besarse. Les espero en primera fila.