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Swag, flow, hip hop y mamporrazos, “Luke Cage” ha venido para quedarse

Cuando la noche envuelve Harlem, el funk húmedo se convierte en el latido. Es el momento del justiciero de barrio. Toca patrullar y poner en vereda a cacos de poca monta, traficantes y otras alimañas que amenazan a la comunidad. Ese pavo que parece un bulldozer con patas responde al nombre de Luke Cage, el nuevo superhéroe urbano que Netflix añade a su telaraña de vigilantes neoyorquinos, la rama más cruda y urbana que hasta ahora ha tenido Marvel en pantalla.

Daredevil, Jessica Jones y ahora este enorme negrata de piel indestructible y fuerza colosal… el universo marvelita para adultos se expande con inteligencia, merced a una ficción que recupera con acierto la esencia del cine blaxploitation tanto en los detalles, como en los fundamentos argumentales: una reinterpretación evidente del mito de Shaft, ajustada, eso sí, al cronómetro actual.

Comparada con Daredevil y Jessica Jones, Luke Cage se mueve en un plano argumental más simple, más suave incluso: es la serie menos compleja y dentada de las tres, lo que le ha costado alguna crítica negativa. Como buen homenaje al género blaxploitation, aquí se impone una historia de justicia urbana, lumpen, plomo y sexo, cuya profundidad se pierde en favor de otros factores: el swag, el flow, la música, la estética. Duro y a la encía. Sin complicaciones.

La serie tiene mucho de eso. Pero del mismo modo que el cine blaxploitation respondía a las urgencias de evasión de una comunidad arrinconada por la pobreza en los sumideros de la ciudad, Luke Cage esconde también un poderoso mensaje de aliento hacia los suyos. La metáfora de un protector negro inmune a las balas irradia un magnetismo aplastante. Es tan simbólica que anda por sí sola y da cuerpo a esta salsa noir con poso racial. Además, estamos ante un blaxploitation moderno. He aquí un héroe dubitativo, aquejado por la crisis económica, en las antípodas del coolness hipersexual con sobredosis de autoconfianza de los Shafts de los 70.

Cualquier fan de la cultura afroamericana se sentirá como en casa en el Harlem de Luke Cage. Se percibe en la escritura de la serie un profundo conocimiento del legado negro y sus iconos; de hecho, cada episodio es un océano embravecido de guiños que el fan no podrá contener ni a dos carrillos –el cuadro que tiene el hampón en su oficina le sonará de algo a los amantes del rap. Evidentemente, la banda sonora cobra una importancia capital. Es la santa compañera del espectador: soul, funk y rap pringan con sus ritmos casi todas las escenas. Y también hay pastel para los nerds del cómic. Nunca está de más tenerlos contentos, por eso la serie se atiborra también de guiños al personaje de papel, algunos de ellos dirigidos a lectores duchos: Easter eggs  que aplacarán a los más tocapelotas.

El creador de la ficción, Cheo Hodari Coker -periodista musical especializado en cultura hip hop y autor de Unbelievable, la biografía de Notorious B.I.G. – conoce perfectamente la materia prima que manipula, y surfea por la cultura pop negra de los últimos 30 años con estilo. Lo hace, de todos modos, sin renunciar a las puntadas rugosas del hardboiled nigga más neblinoso, el de Easy Rawlins y similares. Las debilidades de Coker además quedan patentes en los títulos de los episodios: todos pertenecen a canciones de Gangstarr… Una tocada de fibra rapera que servidor agradece.

Interpretado de forma impecable por Mike Colter, Luke Cage se mueve en un laberinto urbano noir rebosante de traiciones, turbulencias amorosas y sombras callejeras. Se trata de una serie con voz propia, que encuentra acomodo fuera de los parámetros de Daredevil y Jessica Jones –en la que ya vimos a Cage bombeando como un martillo hidráulico fuera de control-. Está claro que han preferido acentuar la creación de un estilo propio en detrimento del guión, pero no se puede decir de ninguna de las maneras que Luke Cage no tiene personalidad. De eso va sobrada.

Las escenas de bofetadas, por ejemplo, poseen entidad propia. La fotografía es distinta. El mood también. La atmósfera es plenamente identificable, tiene denominación de origen Cage. Y antes de rajar, sería un error no fijarse en los directores que hay detrás de algunos episodios: el grandioso Vicenzo Natali (Cube) dirige el cuarto capítulo… Casi nada.

Sin caretas: Luke Cage no es tan buena como Daredevil o Jessica Jones. De todos modos, no me he podido despegar de la pantalla. Matadme, pero confieso que es la que más rápido he visto de las tres. Un Walter Mosley meets Spike Lee alimenticio, un producto impecable que enriquece todavía más una urdimbre superheroica a la que le faltan dos piezas todavía: Iron Fist y The Defenders. Ah, ¡y luego The Punisher! Definitivamente, Netflix se está convirtiendo en mi editorial de cómics favorita.